Por | Manuel Humberto Restrepo Domínguez
La dignidad humana ha sido la mayor conquista de la humanidad conocida hasta hoy, que supera de lejos los más grandes avances científicos y tecnológicos. De ella depende la idea del ser humano que tenemos y las reglas de respeto por la vida y la convivencia pacífica que seguimos. Fue recuperada en la segunda mitad del siglo XX, luego de conocida y dimensionada la magnitud de la barbarie provocada por el régimen nazi que necesito de Fürher que la condujo, un partido y un ejército, que sistemáticamente desarrollaron el experimento de destrucción de la condición humana, eliminado sus atributos y conquistas, porque todo estaba decidido según una lógica ciega del poder para someter centrada en un espíritu de odio y exterminio.
De esa tragedia, a la que le han surgido negacionistas de la crueldad y del horror padecido y nuevos seguidores que quieren volver a implantarla, se nutren partidos de ultraderecha, orientados a eliminar ese sentido de dignidad que esta en el centro de la Declaración de derechos humanos, y las constituciones del mundo con estados de derecho, sostenida por el trípode de libertad, justicia y paz, que permiten reconocer al ser humano como un fin en sí mismo, con derechos iguales e inalienables, que jamás podrá volver a ser tratado como una cosa, un sicario o una mercancía.
La función del estado de derecho, no es la salvaguarda de las instituciones, su encargo supremo es garantizar la existencia de libertades, paz y justicia y sus límites al poder son los derechos humanos. No encauzar el programa político de gobierno hacia la realización de la justicia, la paz y las libertades es una anomalía que evidencia fracasos, y ha provocado en el siglo XXI la dimisión de gobiernos acusados de incompetencia, llevado a prisión otros del tipo Fujimori y sentenciar dictadores, todos con lugar común en la violencia ejercida contra la dignidad, con persecución, negación de derechos o eliminación de grupos sociales, pueblos o comunidades a través del uso intensivo de la barbarie y la humillación.
La conciencia de la humanidad, está afectada por prácticas, como las que ocurren en Colombia desde que de manera sistemática se impuso el espíritu de la seguridad democrática, para cambiar de manera estratégica hacia el lado contrario, el curso de los derechos que había tomado la constitución de 1991, forjada para el advenimiento de seres humanos libres del temor y la miseria y alejados de justificaciones para invocar rebeliones, contra la tiranía y opresión.
Lo que ocurre en Colombia, hecho tras hecho, antes y durante la pandemia, tiene el espíritu de exterminio del partido en el poder que busca controlar y acomodar a sus deseos la justicia; negar la paz para mantener el ímpetu de guerra; e impedir las libertades. Cada acción relacionada con derechos y dignidad refleja su menosprecio y desconocimiento de la dignidad humana como esencia del estado de derecho. La sociedad siente la amenaza de sí misma por la activación de múltiples violencias que pueden acabar cualquier vida en una calle, en tanto como grupo aparte los defensores de la dignidad sienten la fuerza de la amenaza del estado y del gobierno, expuestos castigo sellado con asesinatos selectivos, calculados, organizados en centros de mando con espíritu nazi, y participación de agentes entrenados para borrar o exterminar la dignidad.
No es lógico que el partido en el poder, separe agenda de estado para pretender eliminar al sistema de justicia especial de paz (JEP) y la comisión de la verdad o trate de socavar y reducir la independencia de las cortes de justicia o desconocer los acuerdos políticos de paz, suscritos con mediación de la ONU y avalados por las cortes internacionales, académicos y expertos del mundo entero, bajo pretensiones de judicialización tardía o prisión para antiguos enemigos. Es incomprensible a la luz de la inteligencia humana, que el más alto riesgo contra la vida sea luchar por la paz o ejercer libertades tan básicas como la protesta social o la oposición política. Un Furher, un ejército y un partido bastaron para destruir la vida digna con el experimento nazi y esa experiencia no puede volver a repetirse en ningún lugar del mundo. La democracia no puede ser convertida en enemiga de quien gobierne en su nombre, ni la dignidad ser la causa a exterminar.
La dignidad es un asunto puramente humano, no un atributo de las cosas, ni de los bienes materiales o simbólicos, se construye adentro de la cultura, nadie la otorga, cada pueblo es responsable de forjarla, vivirla y defenderla. Normativamente sus enunciados de autonomía, indican poder decidir por cuenta propia el diseño de un plan vital, es decir, vivir como se quiera, como lo reclaman indígenas, afros, campesinos, Lgtbi. Dignidad es también vivir bien, tener buena vida, tener garantías de acceso a los bienes materiales concretos para existir, como lo reclaman los jóvenes estudiantes, desempleados, excluidos, victimas; y el cuerpo y la mete humana son inviolables en su integridad física y moral, que resulta ser con los datos y ejemplos de barbarie lo más irrespetado con connivencia o participación directa del estado.
La dignidad, en síntesis, es un valor universal, pero a la vez un principio constitucional, el centro del ius cogens (lo que nunca se puede afectar) que obliga al estado y al gobierno a respetarla, hacerla respetar e impedir cualquier vulneración. El mayor crimen de estado, es impedir la realización de la dignidad humana de una cultura, pueblo, etnia o colectivo social. El gran problema es la convicción reflejada por el partido en el poder de continuar siendo artífice y responsable de la destrucción sin retorno de la vida digna en Colombia, a pesar de la protección que tiene en la declaración de derechos y la constitución en la que se reconoce al pueblo como su titular y legitimo poseedor, pero además por ocupar el lugar central del estado de derecho, y de saber que pretender negarla o impedirla determina una afrenta contra la humanidad.
P.D. En la pandemia no están los males de la nación colombiana, quienes han hecho del poder su única causa y dedicado sus mejores esfuerzos a impedir la realización de la dignidad son responsables, ellos acomodan y desvirtúan la justicia, la paz, las libertades, la ética, la política y la retorica, para perseguir, discriminar y estigmatizar toda voz, palabra y conciencia de dignidad.