Por: Jacinto Pineda Jiménez, Director Territorial ESAP Boyacá – Casanare
Lo público en tiempos de pandemia se desplaza al hogar agudizando sus conflictos como consecuencia de la incertidumbre, estrés, el miedo, la ansiedad. Por ello el COVID-19 amenaza la salud mental. El suicidio en Tunja con un preocupante crecimiento en el primer semestre 2020
La esencia de lo público fue siempre la plaza, la calle, en general los espacios abiertos. Además, se fueron forjando fronteras entre lo público y lo privado, el primero propio de la tutela del Estado y el segundo un problema de la familia, de la privacidad del hogar. Con el tiempo esas fronteras se fueron volviendo borrosas y hoy en tiempos de pandemia, por el contrario, la acción del Estado debe concentrarse sobre el espacio privado del hogar. Bajo el espacio del hogar nos conectamos con el mundo público, allí trabajamos, estudiamos, interactuamos con la familia, etc.
Pues esta dinámica del escenario del hogar hace que buena parte de la presión hoy la soporte la familia, agudizando los conflictos. Al desempleo, la situación económica y la multiplicidad de problemas se suman en estos tiempos los propios de la incertidumbre: el estrés, el miedo, la ansiedad, la pérdida de confianza en el futuro, el temor a ser contagiado. En la medida que las acciones para contener y frenar la propagación del virus se vuelven más rigurosos, de igual manera el Estado debe apoyar el bienestar mental de los miembros del hogar en tan difíciles momentos. Es claro, entonces, que la pandemia del COVID-19 es una “amenaza de gran proporción tanto para la salud física como para la salud mental y el bienestar de sociedades enteras” como lo señala la organización mundial de la salud (OMS)
Los cimientos de la administración pública han sido removidos, la pandemia rompe y reconfigura paradigmas, hoy, insisto, el hogar, la familia deben ser el centro de la acción del Estado. Las emociones de las personas no son un problema privado sino público, por ello a través de la oferta institucional y con un claro compromiso se requiere la atención de la población afectada. Si no hay una acción clara y oportuna, las emociones de las personas se pueden convertir en una pandemia silenciosa que destruya vidas, tejido social y en general la sociedad y la economía. Son tiempos de mucha solidaridad para mitigar el sufrimiento y mejorar la salud mental y el bienestar psicosocial de personas afectadas por la COVID-19, de manera directa o indirecta, como lo señala la OMS. Son tiempos de compresión de ver el mundo a través de los ojos de los afectados por la pandemia.
Suicidios en crecimiento
Como se evidencia en el gráfico durante los primeros semestres dentro del periodo 2014-2020, es en este último año donde se presenta el mayor número de suicidios en la ciudad de Tunja. Esta situación se registra en un semestre marcado por las medidas de confinamiento y aislamiento físico. También es importante señalar que en el mes de enero de 2020 no se presentaron suicidios en Tunja. Estas cifras deben prender las alarmas, pero fundamentalmente generar acciones para su prevención.
Es importante analizar la relación de la salud mental, como factor, en los suicidios presentados y además fortalecer la capacidad institucional para abordar los problemas que como consecuencia de la pandemia afectan la emocionalidad de los tunjanos y boyacenses. La violencia intrafamiliar, la violencia sexual, los suicidios como nunca antes deben ser una prioridad del gobierno departamental y locales con el apoyo de las instituciones nacionales. Se necesita urgentemente comisarías de familia con capacidad para enfrentar los retos que asumimos a nivel local. Reitero como nunca hoy la prioridad es atender el hogar, pues allí se desplazó buena parte de los problemas públicos con la pandemia. El Estado debe desplegarse en la privacidad del hogar, desde luego con estrategias que mitiguen, los efectos negativos que implica, en ocasiones, la invasión a la privacidad. El reto es la salud mental de la población en general.