Por: Teófilo de la Roca
Algo va de atraer a convencer. Lo uno y lo otro es necesario. Así lo entienden los predicadores de Cristo. Que los hay para todos los gustos y formas de entender la fe.
Para mejor decir, a cada quien se le dio ahora, por salir con lo que pueda, en la tendencia por atraer y convencer. Siempre hablando del Cristo de ayer, de hoy y de siempre. En esto del Cristo que permanece, estamos de acuerdo. Pero eso de atraer y convencer, sí vemos que no funciona. Y no tiene por qué funcionar.
No se trata de atraer a quienes ya se ven atraídos. Tampoco a quienes ya marchan como redil. El gran reto está en atraer a los escépticos. ¿Para qué se convenzan, acaso? No. Para que encuentren que el Cristo en algo o en mucho, se les acerca.
¿Pero son escépticos, porque no les interesa el Cristo? De ningún modo. Allá en el fondo, tienen su buena impresión sobre el Cristo histórico. Lo encuentran como personaje coherente, consecuente. Siempre mezclado con los débiles, con los sin nombre.
No hace mucho, un médico, escéptico, de materialismo histórico, nos comentaba diciendo: “por razones de lectura, de ciertas obras, en las novedades libreras de los últimos meses, algunos autores me remitieron a leer ciertos textos bíblicos. Tuve que hacerlo. Me encontré un tal evangelio de San Juan.
Confieso: el tal Cristo y el tal Juan Bautista, son personajes que me impactaron. Hombres que tienen mucho que decirle al mundo. Que hacen claridad sobre lo esencial de la vida. Sólo que esos señores de templos y de asambleas de Dios que viven predicándolos, hablando de esos dos personajes, que dicen ser portavoces de sus mensajes, como predicadores, como conductores, como pastores, tienen como secuestrado al Cristo y al otro profeta, el tal Juan Bautista.
No los hacen aparecer en todo lo que ellos son. Por eso, el Cristo que predican, ni atrae ni convence. Se necesitaría, que como conductores de iglesia, fueran otros cristos sobre la tierra, otros Juan Bautista, severos y austeros, así en la palabra y en la identidad con el mensaje. Siempre creando signos de vida y esperanza desde el contacto sincero, espontaneo, descomplicado con la realidad de los excluidos, de los rechazados por los exponentes de la religión del poder, del acomodamiento, del privilegio”.
Todo este tipo de consideraciones, formuladas por un médico escéptico, ceñido al materialismo histórico, nos llevó a pensar que no por su falta de fe, podría encontrarse lejos de Cristo. Lo descubrimos tan cercano a Cristo, como tal vez no lo han logrado tantos de los predicadores del mismo Cristo y de los muchos creyentes que con todo y su culto en templos, con todo y sus asambleas de Dios, se han hecho los desentendidos, sin intentar siquiera descubrir al Cristo y al Bautista que aquel médico pudo encontrar al leer y con detenimiento el Evangelio de Juan.
Dos personajes, que al retomarlos en su fidelidad a lo esencial de la vida, dan para que a nombre de la fe, de la caridad y de la esperanza, se transformen iglesias y religiones, evangelizadores y evangelizados, y se logre el gran prodigio en el mundo: el de atraer y convencer.
Siempre con un Cristo y un Juan Bautista, que por algo se formaron en la disciplina del desierto, la misma que lleva al gran principio de ser “signo de contradicción”, a no prestarse para contemporizar con falsos protagonismos en la historia. Como quien dice, hay observadores, que al igual que aquel médico, los impacta el Cristo, no así los cristianos.
Ahora recordamos lo que ya Gandhi decía: “Me identifico con Jesucristo y su mensaje. Lo que no me puedo identificar es con los cristianos”.
No somos los llamados para indicar sobre el qué hacer en la gran tarea histórica de convencer y atraer. Sencillamente encontramos que son muchos los observadores que están pendientes de algo esencial: que los creyentes en Cristo comiencen por descubrirlo y decir que, es el mismo Cristo el que retomando una expresión profética dice: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí”.