Por: Darío Rodríguez / Escritor / @etinEspartaego
El planeta se ha convertido, durante menos de tres meses,en una pequeña villa de provincia asolada por un virus silencioso, invisible.
Los amigos y la familia a través de internet hemos terminado por compartir las inclemencias y los avatares del aislamiento social – preventivo dentro de nuestros países, por ahora, y paliativo dentro de naciones como España o Italia -, los siempre difíciles caminos de la comunicación y, sobre todo, la incertidumbre.
Ignoramos si podrá detenerse el avance voraz de la pandemia, o cómo se detendrá; nos enteramos, aterrados, del incremento de contagiados día por día.
Inmersos en esta versión de ‘El Decamerón’ de Giovanni Bocaccio, tratamos de huir con la conciencia clara de que no hay sitio seguro mientras procuramos transformar este agobiado lugar nuestro en un amable ágora donde surgen relatos, información, risas y penas.
De repente nos hemos visto repletos de semejanzas y de reacciones similares ante el miedo o las costumbres. Hermanados por los quiebres, comienzan a anularse de modo sutil las diferencias fronterizas. Quizá por primera vez en la historia humana podemos afirmar que compartimos un mundo. Y que vivimos todos lo mismo al mismo tiempo. Empero, nos ha tocado pagar un altísimo precio para llegar a esta conclusión.