Por | Silvio E. Avendaño C.
Aparece en mi mente como paradoja la sentencia: “El tiempo es oro” cuando me hallo en el trancón. Por el agujero del reloj de arena del dios Cronos no fluye ningún instante de oro. Me hallo desconcertado porque las manecillas del reloj saltan en la esfera, mientras los vecinos miran con ansiedad la hora en el celular ante la realidad de que “El tiempo ha muerto”. Entonces me preguntó si en eternidad del cristianismo hay la sucesión de instantes o si la inmortalidad es el desasosiego del tránsito que no avanza.
En la conciencia los segundos dejan de serlo para convertirse en eternos ya que en el embotellamiento el tiempo se ha detenido, a pesar del cambio del semáforo. Los conductores apoyan la cabeza en el timón, los pasajeros miran con desconsuelo hacia adelante y encuentran una multitud de autos. Si vuelven la cabeza hacia atrás se dan cuenta que para qué desesperarse si es lo mismo atrás que adelante. Y los pitos de las automóviles gastan la energía en vano…
El tiempo es la homogeneidad, en otras palabras: un instante es igual a otro, pero ¡qué va! Al estar detenidos en la avenida para los pasajeros tal verdad es falsa. Encerrado, contemplando hombres y mujeres de cara ceñuda y angustiada, pienso que los científicos deberían hacer sus experimentos no en el laboratorio sino en el trancón. Viene a la memoria la voz del profesor de física, Chicoatómico: “el tiempo es la magnitud para medir la duración o la separación de dos acontecimientos.” Mas enunciar tal concepto no resuelve la situación. No es cierto que el tiempo deja de ser así un presente puntual que flota entre el pasado desvanecido y un futuro aún por nacer. A pesar de que el tiempo fluye, según los textos de física, al estar detenidos, aburridos, sin escapatoria los viajeros comienzan a echar globos. Algunos dicen con nostalgia: “en mis tiempos…”. Gritos de protesta porque la autoridad no hace nada. En un taxi se comenta que la secretaria de la “inmovilidad…”. ¡Carajo! hay que aumentar las calles, es la observación en un furgón. En una camioneta el chofer se conforma: “Da lo mismo tener dos o más vehículos.” Quien va en servicio público y le queda cerca el destino se baja del automotor y “a echar pata.” La desdicha cae en los autos particulares, de manera paradójica, porque siguen en la vía y no pueden abandonar los vehículos.
La optimización del tiempo es puro cuento y la conclusión es que el homo aeconomicus fracasó, igual que el dios Cronos, porque es una ficción que el tiempo es oro, dado que el tiempo se atascó. Pero el tiempo del reloj de los bancos, de las corporaciones es muy veloz porque no manejan el interés simple sino el interés compuesto. No pierden un segundo. Mientras el capitalismo imprime velocidad que cuaja aquello que “El tiempo es oro”, el viajero está en el letargo, bloqueado por todos los lados.