Exterminio, depredación y extinción, definen el trasfondo del paro del 21

Foto | Archivo Vía colombianoindignado.com
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El paro, en síntesis, es para señalarle al gobierno y al partido en el poder, que el pueblo no resiste más, que está cansado del abandono. No responde a ninguna filosofía política, ni ideología que lo oriente, ni hay rito satánico que lo motive, ni agentes externos que lo apoyen.

Por: Manuel Humberto Retrepo Domínguez

El país, como igual le ocurre a la gran Bretaña después del Brexit, no logra sobreponerse del No a la paz, absurdamente ratificado en las urnas. El No revivió la doctrina de guerra, que nomina de héroes a quienes dan de baja y entregan resultados; alentó el ánimo por negar la memoria histórica y ocultar la verdad del holocausto y sus ocho millones de víctimas; sacó de responsabilidades a los terceros victimarios que apadrinaron, financiaron y festejaron la barbarie.

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El Estado, como la tierra y la riqueza, sigue concentrado en pequeños grupos de interés privado; la enajenación de bienes públicos amenaza con dejar lo público convertido en un mero cascarón y el contexto otra vez es propicio para teñir de sangre la vida con hechos lamentables y vergonzosos como el asesinato diario de líderes sociales, o el regreso del horror con el ajusticiamiento de adversarios o el “impecable” bombardeo de cuyo desborde de fuerza quedaron apenas trozos de carne casi derretida de niños armados y desarmados, víctimas de la pobreza y la inocencia. Hay angustia colectiva adicional porque la corrupción sigue intacta y se conoce de reformas, pensadas o en curso, que presagian nuevas cargas en tributos, afectación de las jubilaciones, del empleo, los servicios de energía y agua y la venta de activos como Ecopetrol, sumados a iniciativas de restricción de libertades y derechos.

El sistema del capital depreda y parece inamovible, pero la gente no pierde la esperanza de moverlo. La actividad económica se ha ido quedando sin estructuras en la base productiva. El dinero escasea en los bolsillos de la gente; los créditos individuales se toman el mercado y la deuda pública sobrepasa el 50% del PIB; los ingresos de trabajadores y rebuscadores se devalúan; el capital privado crece sin parar y no se refleja redistribución alguna del crecimiento de la economía al ritmo del 3%. Los miles de millones reportados como ganancia por los bancos, resultan iguales al dinero faltante en la sociedad para realizar sus derechos a la salud y la educación. En las calles la informalidad se acerca al 50% de la precaria ocupación laboral que las mafias aprovechan para cruzar la línea de legalidad-ilegalidad y la explotación de migrantes pauperizados y el empleo sin garantías son una constante.

La demanda de minerales y bienes energéticos que en el mundo da esperanzas de bienestar para decenas de países, en Colombia (territorio enriquecido, en el que en la conquista las esmeraldas las encontraban hasta en el buche de las gallinas), las transnacionales anunciaron que se quedarán con casi todo, tienen licencias para extraer hasta el último gramo de carbón, oro, petróleo, agua y coltán, lo que impedirá que el país sea la potencia energética mundial, que debería ser y también le impedirán entrar a la era del poscarbono, el abandono del petróleo, otras energías fósiles y la conjugación de internet y energías renovables de la mano del litio (por el que el fascismo neocolonial está consumando un golpe de Estado al gobierno legítimo de los pueblos originarios Bolivianos liderados por Evo Morales). La riqueza, que debía ser útil para salir de la desigualdad, será ajena y la pobreza será propia y nadie responderá por la tragedia. Para distracción colectiva de este saqueo, las relaciones humanas fueron ideologizadas y nada parece escapar al filtro odioso del partido en el poder.

Los partidos están lejos de la gente que los sostiene, crean vínculo solo electoral, momentáneo, con campañas controladas por empresarios que convirtieron el ejercicio del poder en su mejor y más valiosa mercancía, que usan como llave para pasar los recursos del Estado a sus bolsillos, alentar la guerra e imponer seguridad para su capital. Las políticas públicas, hace tiempo no son de Estado, si no agendas de gobierno, que incluyen como suya la libre orientación de la deuda pública, el control de las fuerzas militares, la priorización de los gastos de la nación y las relaciones diplomáticas hoy plegadas a la voluntad de Trump y la OEA, convertida en un club privado de golpistas antidemócratas.

Fácilmente el panorama puede llamarse de exterminio social, depredación económica y extinción natural, que en conceptos equivale a presagiar un descenso hacia la ruina de la nación, con resultados esperados de más horror, sufrimiento y reducidas esperanzas de bienestar para cuatro quintas partes de la población que permanecen en riesgo de padecimientos por desempleo, desnutrición, enfermedad, hambre, miseria y muerte y; el riesgo de extinción de los bienes materiales comunes por venta, concesión y despojo.

Los signos generales del país son de ruina política, social y económica y ninguna tendencia ni prospección vislumbra mejorías en el horizonte próximo. No es entonces capricho que la gente se niegue a irse de las calles, menos ahora, que América Latina entró en ebullición y reaparezcan antagonismos y lucha de clases, que teóricos neoconservadores y empresarios privatizadores creían derrotadas. En las calles la gente común, en condición de ciudadanía, quiere expresarse libre de la injerencia de jefes políticos y partidos, porque siente que así contribuirá a reconstruir la democracia.

La consecuencia de tantos males, que son los mismos de hace tiempo: desigualdad, exclusión, marginación, negación de garantías a derechos, pauperización, violencia estatal, eliminación de adversarios y enajenación de bienes públicos, será la movilización y paro del 21 de noviembre, del que todo indica que es legítimo y tan lleno de razones, que hasta la iglesia lo valida.

El paro, en síntesis, es para señalarle al gobierno y al partido en el poder, que el pueblo no resiste más, que está cansado del abandono. No responde a ninguna filosofía política, ni ideología que lo oriente, ni hay rito satánico que lo motive, ni agentes externos que lo apoyen. Tampoco hay signos de caos salvo que sea infiltrado por paramilitares o agentes de la CIA o la DEA.

No es una simple jugada de la oposición política contra el gobierno; es, antes que nada, una reacción humana, casi espontánea de gentes conscientes y comunes y corrientes, que se juntan para manifestarle al gobierno que no resisten más el sistema del capital y el ejercicio del poder sin límites, que mantiene la zozobra y el temor colectivo por el presente sin oportunidades y el futuro sin garantías, ofrecido con anuncios velados o directos de que se aplicará el nuevo paquete neoliberal que degrada derechos, incentiva la explotación rápida del país, extermina, depreda y extingue la vida y la dignidad y, sobretodo, le apunta a matar toda esperanza.

Posdata. Ninguna violencia hace parte de las estrategias, mandatos, acuerdos, ni fórmulas del paro. La violencia no es la partera de la historia que escriben los jóvenes, los movimientos sociales y las gentes comunes que tienen viva la esperanza de la paz que se ratifica con la lucha por derechos y dignidad.

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