Miles de colombianos viven teniendo esta enfermedad sin saber lo que les corre cuesta arriba. Un diagnóstico tardío puede desencadenar en graves afectaciones al hígado, cirrosis y cáncer hepático.
Boyacá es uno de los departamentos que ha despertado alertas por la falta de diagnósticos de hepatitis C, una de las enfermedades más silenciosas y peligrosas que afectan hoy a los colombianos. Por eso la escases de casos diagnosticados no es un hecho para celebrar, sino más bien un síntoma preocupante para la sociedad boyacense, que aún no ha dimensionado la gravedad de esta enfermedad.
La cura para la hepatitis C existe, pero un factor indispensable para que esto ocurra es conseguir un diagnóstico en la fase aguda de la enfermedad.
“Tenemos la cura pero no los pacientes. La infección por el virus de hepatitis C tiene manifestaciones clínicas sutiles, casi imperceptibles para los médicos y agentes de salud”, comenta el médico infectólogo Carlos Eduardo Pérez.
Esas leves manifestaciones e incluso nulas son las que hacen complejo el diagnóstico, pues el portador del virus en muchos casos no se entera que lo tiene justamente porque no ve ninguna manifestación. En la fase aguda, la hepatitis C puede notarse por la presencia de ictericia, que es como se denomina ese síntoma de color amarillo que aparece en la piel. Pero en muchos casos no se manifiesta de ninguna manera.
Más grave es la situación cuando la enfermedad se vuelve crónica pues termina afectando el hígado. De hecho, la Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que por lo menos el 60% de los casos de cáncer hepático, en todo el planeta, se deben a un diagnóstico y tratamiento tardío de cuadros como hepatitis B y C.
Si bien entre un 23 y un 44% de las personas portadoras del virus de la hepatitis C llega a eliminarlo espontáneamente, se calcula que entre el 56 y 77% de quienes lo adquirieron, requieren eliminarlo mediante tratamiento médico.
