Es preciso que el mundo comience a detener todo lo que tienda a deshumanizar la vida.
La humanidad no parece confiar todavía en lo que pudiera ser una corriente imperante: la que acabe con ciertos conceptos de simples regionalismos. Corriente que, incluso, maneje sus ironías y sus sarcasmos al referirse a pretensiones históricas, como hacer creer que metas humanas eran las dictaduras de proletariados.
Aunque, también, como corriente de conocimiento y aún de pensamiento, tendría que hacer hincapié en el ya visible fracaso de las dictaduras montadas sobre el poder económico de minorías absolutas. El solo hecho de haber plagado pueblos de pobreza y de miseria, deja sin legitimidad histórica a ese “monstruo cruel” del neoliberalismo.
La humanidad más parece que está pasando por un momento, no de simple búsqueda de una civilización enmarcada dentro de esquemas de justicia social. Tampoco es que crea en las posiciones tibias, las de políticas adormecedoras, con manejos especulativos de “democracia”, sin que a la hora de la verdad se resuelva la situación del marginado, del excluido del Estado, de la sociedad, en fin, de los proyectos llamados “de desarrollo”.
Lo que espera la humanidad es irse creando una nueva conciencia, que permita ampliar los horizontes, ahí sí, de lo plenamente humano. Aunque no bastará lo que debe ser la función del pensamiento, siempre a partir de un supuesto básico. ¿Cuál? Lo que ya los antiguos griegos entendían como la soberanía de la razón.
En el fondo es la búsqueda de un esplendor, con su nueva era científica, con su ciencia dinámica y ahí sí, con su propio concepto de renacimiento. Si hay algo que se advierte, es el afán por lo espiritual, en medio de las frivolidades a que se ha llegado con el imperio de lo rentable, del amo y señor del mundo: el dinero.
En el juego por lo que ha de ser la vida, nada puede esperarse de las mentalidades frías y calculadoras, de esos ejecutivos en Estados y gobiernos, feriando a su propias naciones, buscando que todo se reduzca a lo rentable para unas minorías absolutas.
De algún modo, la humanidad tendrá que acabar por prescindir de todo lo que tienda a deshumanizar la vida, a vulgarizar más la historia. Entonces, tendrá que exigir la tarea de re-examinar lo que haya resultado contradictorio y entrar a que humanistas mismos comiencen por hacer su aporte, al replantear términos como la democracia, la libertad, la justicia, el amor, la paz.
Allá en el fondo, ciencia y pensamiento, tendrán que ubicarse ante el imperativo de crear una genuina historia mundial, determinada no ya por naciones, razas o culturas, sino por la lógica universal de romperle el cuello al egoísmo inmediato que ha imperado hasta el momento, al inmolar tantos millones de seres humanos, en aras de unos pocos amos del mundo.
Si no se llega a exigir, a como dé lugar, el respeto absoluto a las esperanzas y a los sueños del hombre que en la historia de lo macabro se ha visto condenado a la inmolación, se estará burlando la vida misma de la humanidad, lo cual reclama ese fenómeno mismo de universo: el de la acción.
Por eso no están distantes de su compromiso histórico, los pueblos que a esta hora, en sus respectivas naciones, planean el desmonte de sus “democracias”, de sus conceptos precarios de “libertad”, de sus esquemas de justicia, de sus aparentes sensibilidades sociales y de sus sofismas de paz.