En Colombia se están defendiendo unos intereses que todos los días muestran a las claras, el caso de unas políticas ajenas a las perspectivas del pueblo raso.
Un país que ha perdido su memoria, que no incluye en su martirologio las víctimas de todas y cada una de las violencias que lo han reducido, que lo han empequeñecido, que lo han hecho sentir impotente en extremo, un país así humillado por tantas formas de violencia y que no se levanta para condenarlas todas, sin excepción ninguna, es un pobre país manipulado, desde extraños poderes que más parecieran encerrar su propia violencia, al no asumir la condena global de todo lo que haya podido ser crueldad.
En esta triste y lamentable condición es que se encuentra Colombia en el actual momento, cuando no llega a reaccionar y aún descubrirse en su estado de frialdad y de indiferencia. Porque la muerte de líderes sociales, en número que cada día escandaliza más, ya debería haber llevado a grandes movilizaciones para rechazar y condenar tamaño escándalo de violencia.
Y el mundo continúa viéndose ante una mirada corta respecto a Colombia. Todo por no estar condenando este país todo el martirologio de su propia historia en los últimos años: con violencias que ni para qué enumerar; cualesquiera sean sus formas y su crueldad, resultarán más que vergonzantes. Peor aún, si lo que llamamos políticas y manejos, terminan en la justificación, cuando muchas veces han encerrado sus propias violencias, como en una cortina de humos.
No se nos olvida lo que hace 40 y más años era condenado en Colombia como violencia de Estado. Algo así como condenar masas humanas a condiciones de existencia, sin unos derechos a la esperanza y menos aún a la seguridad para llegar a experimentar condiciones de vida dignas del ser humano. A sabiendas de las condiciones y calidades de una nación que como pocas en el mundo, fueron dotadas de los más variados y ricos recursos.
Siempre diremos y no cesaremos de repetirlo: En Colombia nadie tendría por qué estar mal. Y el mundo así lo observa y lo entiende. Solo que hemos dado con la triste suerte de vernos manejados como pueblo por unos estratos de lo económico y de lo político donde confluyen los intereses para que la opinión pública se mantenga en sus superficialidades sobre las causas que pudieron llevar a que Colombia, en las últimas décadas, aparezca ante el mundo como un país desbordado a raíz de sus propias violencias; y para peor arrastrando con el gran pecado histórico: ¿Cuál? El de tantos hechos que más han parecido de épocas de «bárbaras naciones”; delitos que se han quedado en el plano de la simple información, sin que investigaciones lleven a creer que algún día se conozca plenamente lo escalofriante de tantas violencias.
El drama y la tragedia que encierra ese otro pecado histórico de la injusticia social en nuestro medio, es situación que no es abordada y menos aún enfrentada por quienes dicen ser los protagonistas de unas políticas que hasta las hacen aparecer como «tablas de salvación”, no sin emplear el término «cambio» o transformación.
Los sociólogos y los analistas serios y profundos de la problemática colombiana no dejan de hacer hincapié en la no respuesta para los sectores vulnerables del país, por parte del Estado y del gobierno.
Todo por estar defendiendo unos intereses que todos los días muestran a las claras, el caso de unas políticas ajenas a las perspectivas del pueblo raso, plegadas a mantener las seguridades de unos sectores más que privilegiados; políticas a su vez pendientes de los miramientos de multinacionales más que interesadas en los recursos de nuestras tierras, de nuestro potencial en tantos órdenes, para hacer de esta Colombia el «Dorado», como en tiempos del colonialismo.
Para mejor decir, estamos ante una «dirigencia económica y política», que todo le interesará menos que se superen épocas de «colonialismo y esclavismo». ¿No será ello forma de violencia, en un pueblo que para colmo arrastra con su propio analfabetismo político? Así es la dura realidad colombiana.