Por | Silvio Avendaño
En la escuela las maestras y los profesores prohibían la lectura de los cuentos. Sin embargo, a escondidas leíamos las aventuras de Tarzan, Superman, Batman. Y cuando salíamos del espacio escolar caminábamos a una peluquería donde, por cinco centavos, alquilábamos los cuentos. Recuerdo que las historietas estaban colgadas en cuerdas como la ropa que se seca. Yo no entendía por qué a Tarzán lo llamaban el hombre mono, pues su cabello era negro. Y no podía faltar Superman quien había llegado de Krypton, planeta que se había hecho añicos.
A veces pienso que la vida escolar era muy aburrida y que la historia sagrada, con sus personajes como Sansón y Dalila, Daniel en el foso de los leones o Jonás devorado por el cachalote no satisfacían la imaginación. O bien, que la historia patria era un relato pobre -por “darnos libertad”- con la toma de Cartagena en tiempos de reconquista… las batallas… o ¿de qué color era el caballo palomo blanco de Bolívar?, para que saliésemos al espacio desescolarizado a alquilar cuentos.
Un compañero de esos tiempos me cuenta cómo los días domingos en determinado lugar de la ciudad se reunían a cambiar el Llanero solitario por Chanoc, el Fantasma por la Pequeña Lulú, el Pato Donad por Memín. Más la prohibición de las profesoras o maestros se veía en crisis cuando los días domingos en los principales diarios se publicaban los comics. Caminábamos hasta el quiosco para comprar el periódico del cual no leíamos los escritos en blanco y negro por seguir las historietas que avanzaban cada siete días.
También leíamos, en color sepia, Santo el enmascarado de plata. Y con los años se hizo común el chileno Condorito (que antes de andar detrás de la esquiva Yayita, padeciendo las maldades de Pedro Cortisona) se robó una gallina, se arrepiente de comérsela y trata de devolverla al gallinero, pero un policía lo detiene y termina en la cárcel. Allí en el calabozo se imagina al agente del orden manducándose el ave.
Años después me encontré, Para leer el Pato Donald (1972) de Ariel Dorfman y Armand Mattelart quienes demuestran cómo el comic no es tan inocente. Para entonces me encantaban las preguntas, desplantes y actos de Mafalda, con sus amigos Manolito, Susanita… También participé de la parodia del nacionalismo y resistencia de Asterix y Obelix ante el imperio. Leí a Tintín, acompañado de su perro Milú. De sus historietas me llama la atención Tintín en el Congo. Herge, el autor del comic, dibuja al personaje como cazador y maltratador de los animales, esboza a los “negros” como “buenos de corazón, pero retrógrados y perezosos, que necesitan de las enseñanzas de los europeos”.
Curiosamente el Congo es uno de los países que más aporta inmigrantes a Europa. Dictaduras, guerras, avivadas por las multinacionales, en un país que origina coltán, diamantes, cobre, cobalto y oro, materiales que se utilizan en los ordenadores y teléfonos celulares.