Por: Daniel Triviño
Hace 58 años nació la Copa Libertadores de América con el ánimo de rendir tributo a los próceres de la independencia en todos los pueblos latinoamericanos. Durante estas cinco décadas el nombre de la competencia ha estado adornado por patrocinadores como Bridgestone, Toyota y Santander, pero jamás se había vulnerado esa esencia de la copa.
Hoy, por una situación ajena al fútbol, la copa ha vuelto a tierras de su majestad el rey, ante la impotencia de millones de aficionados en el continente que ven como el tesoro más preciado vuelve a la tierra del cruel conquistador.
Y así como quedaron borrados los nombres de Bolívar, San Martín y Artigas, con la decisión de la Confederación Sudamericana de Fútbol (CONMEBOL), también se hizo un desplante a la tierra de los libertadores; pues ciudades como Asunción, Medellín y Belo Horizonte pasaron propuestas para acoger la anhelada final.
Este comportamiento del presidente de la CONMEBOL, Alejandro Domínguez, es uno de tantos evidenciados en el día a día, en que dirigentes, faltos de carácter, se arrodillan ante el yugo de la Corona, vendiendo a sus pueblos ante su opresor.
El fútbol puede ser un asunto menor en las diversas desgracias que viven los pueblos latinoamericanos, pero esta ironía de que la Copa Libertadores de América, no se juegue en América, y aparte de eso, se juegue en territorio de quien negó la libertad a los pueblos de América, más que en ironía se ha transformado en un motivo más de vergüenza para este continente.
Resulta increíble que una ciudad que acogió durante 2018 los Juegos Olímpicos de la Juventud y la cumbre del G20, no pueda organizar un simple partido de fútbol. También resulta increíble que ni Asunción, Medellín y Belo Horizonte, que han vivido en más de una ocasión lo que es una final continental, sean menospreciadas para llevarle el espectáculo a Madrid, ciudad en la que sus habitantes ubicarán Medellín, Buenos Aires o Asunción con un alto grado de dificultad.