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Las siguiente son las palabras de Raúl Ospina Ospina, en el acto de imposición por la Academia de la Lengua de Boyacá, de la condecoración “Orden Juan de Castellanos”.
Recibir la “Orden Juan de Castellanos” es un honor que no merezco. Por eso me había negado a recibirla, cuando la junta Directiva de la Academia propuso que todos los integrantes de dicha junta fuéramos condecorados. Sin embargo hoy, cuando ya no tengo el cargo de vicepresidente, he decidido aceptar el generoso ofrecimiento de la asamblea general, porque los honores no deben rechazarse.
Es grato llevar el nombre de Juan de Castellanos en el acervo de honores que se nos prodigan porque este personaje es la encarnación de la historia, la sublimación de la poesía y la apología del buen periodismo. En Juan de Castellanos se aúnan estas tres virtudes para dar como resultado una obra poética – histórica – periodística, escrita en 182 elegías y 150.000 versos, lo que le da el colosal título de la obra poética más extensa de América. Las elegías de Varones ilustres de Indias no son importantes solo por su extensión sino por su belleza poética, por su documentación para garantizar la credibilidad, por cuanto el escritor fue testigo presencial de los hechos narrados y descritos y, como el más avezado periodista, legó a la posteridad una obra inmortal que constituye el eje de nuestra historia.
Era la conquista, el punto de partida de nuestra historia, el nacimiento de una patria construida en las forjas del abuso, del saqueo, de la mentira, circunstancias que hoy, cuatro siglos después, no han podido vencer la sangre bravía y la mente talentosa de un pueblo que se niega a doblegarse ante sus verdugos.
Con la venia de los señores académicos no puedo omitir mi intención de destacar los hechos más importantes de mi presencia en la vicepresidencia, durante ocho años. Esta breve reseña va acompañada de mi gratitud hacia los académicos porque en la mayoría de los casos apoyaron las iniciativas presentadas. Colaboré con el Secretario de redacción de los estatutos, cuando se creó la Academia, en el 2010. Propuse una reforma de estatutos y redacté un proyecto que posteriormente fue modificado y aprobado por la asamblea. Propuse y fue aprobada por unanimidad, la necesidad de institucionalizar un aporte mensual, percápita, de $ 20.000.oo para que la academia tuviera unos recursos que le permitieran atender sus asuntos más urgentes. Hoy, gracias a ese apoyo, no hay grandes carencias, aunque la Corporación sigue padeciendo la ausencia de una gran fuente de ingresos para atender sus necesidades de expansión y cumplimiento cabal del objeto contemplado en los estatutos. Asimismo, y también se aprobó por unanimidad, propuse la compra de un equipo de grabación para las actas. El equipo se compró y hoy no sé si las grabaciones se estarán haciendo.
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Los gazapos y el enamoramiento de las palabras, son capítulo aparte en mi vida literaria. Cuando tenía once años y había terminado mi tercer año de primaria, recibí, como regalo de mi padre, un pequeño diccionario Larousse. En menos de una semana ya había subrayado, desde la A hasta la Z, todas las palabras que me parecían bonitas y que, pensé, podría utilizar en mis coloquios familiares o en cualquier actividad que emprendiera en el futuro, de la cual no tenía la mínima idea porque mis exiguos conocimientos y mi corta edad me impedían ver, cómo en el futuro, estaban el periodismo y la literatura para imbuir mi alma de palabras y convertir mi voluntad en morada permanente del verbo.
En el siglo XIX, en un periódico newyorkino se venían presentando muchos lapsus en el lenguaje que conformaba las noticias diarias de un periódico de esa ciudad. El director del diario reunió a los redactores y les exigió esforzarse al máximo para que desaparecieran estos errores, que estaban mermando la imagen del periódico.
“Señor Director, esos errores, los que nosotros combatimos a ultranza, son como Gazapos que se deslizan por nuestras manos y desparecen”.
Un periodista intervino para manifestar que ellos hacían grandes esfuerzos para evitar estos lapsus pero que eran muy escurridizos y se filtraban con facilidad hacia las páginas del periódico “Señor Director, esos errores, los que nosotros combatimos a ultranza, son como Gazapos que se deslizan por nuestras manos y desparecen”. El director del periódico, gratamente impresionado con la palabra, pidió a los periodistas que en adelante usaran esa palabra para referirse a lapsus. El ilustre académico colombiano Roberto Cadavid Misas escribió, durante varios años, su columna “Gazapera” en la que corregía estos lapsus.
El diccionario de la real Academia define “Gazapo” con dos acepciones. La primera es un conejo recién nacido. A este “Gazapo” se refería el periodista. El conejo recién nacido tiene la piel suave y lisa, que con facilidad puede salirse de las manos. La segunda acepción es yerro en el lenguaje hablado o escrito.
Ser cazador de gazapos produce un enorme placer pero acarrea algunas sorpresas: Si el gazapo se le endilga a alguien talentoso, se tendrá su gratitud, su admiración y su respeto. Si se le endilga a un mediocre, se recibirá su odio y se correrá el riesgo de recibir el aleve golpe de su puñal artero.
Finalmente, señoras y señores, al agradecer esta honrosa distinción debo decirles que seguiré en la brega del corrector de estilo. El trabajo es poco pero placentero porque el corrector de estilo queda imbuido de la calidad de los escritos, que es altísima. La mayoría de los artículos tienen tal perfección en su escritura que lo único que le aportan al corrector es el deleite de leerlos y aprender de ellos. Pero ahí seguiré, porque me gusta hacerlo y porque aprendo haciéndolo. Muchas Gracias.
Raúl Ospina Ospina
Noviembre 14 del 2018