Hacia finales del año pasado Camilo Jiménez, editor y profesor universitario, renunció públicamente a su cátedra de periodismo en la Pontificia Universidad Javeriana aduciendo como razón principal que sus alumnos no eran capaces de escribir un párrafo sin errores. Dice el maestro que “No se trataba de resolver un acertijo, de componer una pieza literaria o de encontrar razones para defender un argumento resbaloso. No. Se trataba de escribir un párrafo que condensara un texto de mayor extensión. Es decir, un resumen”. Esta renuncia causó todo tipo de reacciones entre académicos, estudiantes y periodistas, y en los principales diarios del país se publicaron réplicas con argumentos a favor y en contra. Es decir que se puso sobre el tapete (la web, mejor) una vieja discusión en torno a la calidad de la educación en Colombia, la pertinencia de los contenidos y metodologías de enseñanza, el perfil de los egresados, el perfil de los docentes y su capacidad de estar a tono con las nuevas tecnologías e interactuar con los Nativos Digitales, es decir con sus estudiantes quienes han desarrollado en su dedo pulgar una velocidad (y una habilidad) que una persona mayor de cuarenta años no tiene y no entiende. Hace cerca de dos millones de años el Homo habilis predecesor del Homo sapiens ya, con ese mismo dedo, había iniciado una transformación que lo hizo andar en dos patas y lo dotó de un cerebro muy superior al de otros primates.
Pronto comienza un nuevo año académico, los colegios y las universidades reinician labores, y muchos de los que participaron en la polémica desatada por la renuncia del profesor Jiménez, quizá ya ni recuerdan de qué trataba el asunto. Pero la discusión y la problemática aludida siguen presentes. El escritor valluno Julio Cesar Londoño, en una carta pública dirigida al renunciante le señala que “Decir que la mayoría de los estudiantes son estúpidos es tentador pero inexacto: la mayoría es normal, ni genio ni lerdo, como Gauss y su campana enseñan. Lo mismo vale para los profesores. La mayoría no son tan buenos como usted, pero tampoco son tontos”. Es decir que Londoño dictamina un empate técnico, quedamos en tablas. El joven periodista Daniel Pardo también le escribió al profesor Jiménez, le dice: “Entiendo su indignación: es frustrante trabajar con gente incapaz de leerse un libro entero (…). A mí también me pasa: cada vez que chateo con mis amigos sufro. Pero hay algo que me hace seguir chateando con ellos: los tipos son unas lumbreras: saben de cine, de fotografía, de arte, de moda, de tecnología. Tal vez la gente de mi generación no sepa escribir, pero sabe diseñar, y pensar, y ver. Es gente curiosa, ecléctica. Yo le aseguro que Mark Zuckerberg no sabe escribir un resumen; pero vea lo que se inventó”. Es decir que Pardo –un Nativo Digital– deja el balón en el terreno de quienes, como el aludido fundador de Facebook, tienen muy bien desarrollado su dedo pulgar.
Se cuenta que Abdul Kassem, consumado lector y gran Visir de Persia en el siglo X, llevaba consigo su biblioteca a donde quiera que fuera. Se dice que necesitaba unos 400 camellos para transportar los 117.000 volúmenes que la componían. Si el gran Visir viviera hoy no requeriría más que una tableta electrónica, una USB o un disco extraíble para transportar su preciado tesoro de letras y para leerlo necesitaría, eso sí, un pulgar bien habilidoso. Desde los tiempos de Kassem hasta hoy han transcurrido algo más de diez siglos y ya no se requiere de tanto camello. Así lo anticipa un capítulo de Futurama, serie de TV en donde Fry y sus amigos van a la Universidad de Marte y visitan la biblioteca; encuentran allí, sobre dos columnas jónicas, apoyados en unos cojines, todo su contenido: un disco DVD con la “Ficción” y otro con la “No ficción”. Es decir que, como dice la canción de Silvio, el tiempo pasa y nos vamos poniendo viejos. O caducos.
Y es que en las últimas décadas la tecnología ha suscitado cambios esenciales en el comportamiento de la humanidad: nos conectamos a otra velocidad y de múltiples formas, lo que no quiere decir, necesariamente, que estemos mejor comunicados. Y estos cambios afectan todo el andamio sobre el cual se erige esta Babel electrónica cuya base quizá ya no sea el sistema educativo, menos la familia. Un Nativo Digital, a través de su teléfono inteligente, está conectado veinticuatro horas con el planeta entero, es decir con quienes constituyen su mundo y en donde quizá no ocupen un lugar importante sus padres o maestros. Termino reseñando parte de la epístola digital que como respuesta al profesor Jiménez publicó Victoria Tobar, estudiante de 20 años de la carrera de Comunicación Social de la Universidad Javeriana, y en la que le dice: “La época en la que vivimos permite que esas personas y esos puntos de vista se manifiesten por medios diferentes de la palabra, y no es una desgracia; es una suerte. Hay blogs de arte, de música, de fotografía, de política, de diseño, de lo que usted quiera. Y allí mismo, alguien, en cualquier lugar del mundo, ha condensado una forma de ver la vida. Esta carta es una prueba de ello. Es una idea, que si bien se materializó en la palabra, surgió de uno de esos medios que usted tanto critica; Twitter. Si no fuera por ese medio, tal vez nunca habría tenido noticia de la polémica que su carta ha desencadenado, y en ese sentido, esta carta, sin importar la validez de su contenido, es un argumento en su contra, al igual que todas las respuestas a favor y en contra que ha recibido hasta ahora por su carta de renuncia. Creer que los nuevos medios sólo sirven para que los jovencitos hablen mierda es, como mínimo, ingenuo”. Diría un “octogenario” abuelo de cincuenta años: Se nos creció el enano, es decir el Pulgarcito que hoy mueve el Universo y lo alimenta.
* * *