Taxonomía teórica y práctica de la fauna: profesores y estudiantes-IV
Un etólogo de estudiantes y chigüiros estableció la analogía. Comparó las características generales y particulares de unos y de otros, a partir de una cacería de los mencionados roedores en la que participó.
Salió de caza; en la lejanía, divisó, los roedores que se fueron acercando. Cargó la escopeta y se dispuso a disparar sobre el chigüiro que comandaba la nube. Pero por fortuna los compañeros le advirtieron del mortal peligro si disparaba sobre los primeros de la manada. Tal es el caso que si dispara y se derriba a los líderes, la multitud se detiene, ubica al cazador y se lanza sobre el infortunado. Éste puede trepar a un árbol, pero ¡oh desdicha! los furiosos animales roerán el árbol y, al poder derribarlo, permanecerán ahí hasta que caiga el muerto. Por eso hay que esperar que la manada, dirigida por los más jóvenes y vigorosos, pase. Es de advertir: el rebaño se desplaza en punta de lanza. En el exterior, los jóvenes y briosos sirven de coraza de las hembras y de los chigüiros niños. Por eso, para cazar un chigüiro hay que dejar que pase el tropel y disparar a los de la cola. Al escucharse la detonación la manada huirá del peligro y, en el campo, quedaran los chigüiros mayores, gorditos, y con la experiencia de los años.
Los estudiantes no son más que una manada de chigüiros, decía el etólogo. Un curso es guiado por los estudiantes jóvenes, briosos, que corren tras el conocimiento. Así, el mayor error de un educador es atacar a los mejores, porque si ellos suceden, se detendrá el grupo. Por eso, por más que los clavados pongan en la cuerda floja al maestro, éste no puede atacar. Debe pasar por alto la desautorización y la ironía de los mejores chigüiros. Un ataque a un clavado es cosa gravísima porque el grupo unido rodeará al árbol del conocimiento y, el dómine, con el rabo entre las piernas, será vetado y arrojado del paraíso.
Debe ser reflexivo el preceptor. Ante la velocidad de comprensión de los clavados, que lo ponen en aprietos, no debe dejarse llevar por la ira. Debe agachar la cabeza y aguardar tranquilamente el paso del tiempo. La solidaridad del montón termina con los exámenes finales. Los pilosos se marchan; ellos no se preocupan por la nota. Los vagos pelechan y raspan el 3.0. El profesor sabe quiénes perderán. La pandilla se marcha y quedan los chigüiros buena vida, gorditos, confiados, aquellos que “mamaron gallo”, que pensaban del profesor “madre” un poquito de piedad para los hijos holgazanes.