Uno de los grandes fenómenos de la cultura occidental es encontrar que los países desarrollados y sobre todo las naciones que apenas van en trance, de salir de su pobreza y hasta de miseria en tantos de sus sectores humanos, se ven ante frecuentes casos de corrupción en organismos, en instituciones.
Con frecuencia se producen escándalos de malos manejos, de robos continuados, de “asaltos”, por así decirlo, al bien público, a empresas estatales que han figurado como patrimonio de los pueblos en sus grandes esfuerzos por construirlas, por mantenerlas.
Cuando encontramos que estructuras y políticas inspiran dudas, desconfianza, cuando observamos que no operan, que no rinden, que no dan los resultados esperados, que viven reclamando mayores inversiones, que ningún dinero les alcanza, entonces fácilmente la gente saca por conclusión que “hay cizaña”, que hay funcionarios con vivezas, con sagacidades, con habilidades, para posar de transparentes, cuando a la hora de la verdad son elementos que deberían estar tras de las rejas.
Hay pueblos y naciones que experimentan un profundo estado de decepción, al ver que tantos de sus poderes establecidos se ven en manos de depredadores, de planificadores de la corrupción.
Hasta se llega a pensar que mal está en creer en “formas de democracia”, cuando todo continúa en manos de grandes clanes de la política, sin que nunca puedan surgir fundamentos de esperanza para grandes franjas humanas, que siguen ahí excluidas de toda perspectiva de desarrollo.
A veces es tan grave, tan agudo el grado de impaciencia humana que hasta se quisiera contar con líderes intrépidos, que como gigantes de la vehemencia, acabaran por salir a la plaza pública para declarar la hora de la resistencia colectiva y señalar hasta con nombres propios a “los falsos profetas”, los mismos que han vivido del protagonismo y hasta de los recursos de una nación, sin que nada los logre derribar de sus propios imperios, de sus dominios o influencias, de sus manejos cargados de voracidad.
¿Qué hacer? Es el gran interrogante que se formulan los honestos, los honrados; que afortunadamente no han desaparecido, que no son especie humana en vía de extinción. Será preciso que se mantengan en su gran fidelidad a la vida, no sin pensar en formas organizativas y aún presiones para que lo salvable de tantos poderes e instituciones, tomen partido en la gran causa por arrebatarle a la cizaña sus poderes de asfixia, de muerte. Porque no otra cosa es la cizaña: maleza y no más que maleza.
El gran juicio histórico, ya es competencia de los “hijos de la luz”, que los hay en medio de todo. Se necesita sí como de todo un valor profético. Ya si religiones e iglesias, no están en condiciones de colocarse en la gran exigencia de claridad, de justicia, de defensa de los intereses de los débiles, que son los más afectados al no llegarles forma alguna de seguridad, tendrá que surgir la gran profecía del clamor y la resistencia colectiva, para que como signo de vida, sacuda conciencias y voluntades, ya que no puede existir mayor precepto que el de dar respuesta al Dios de la historia desde las perspectivas y exigencias de los “sufridos de la tierra”.