Por: Gerson Javier Flórez | Comunicador Social / Duitama, egresado de la UNAD.
Actualmente narró crónicas de conflicto armado en Colombia, documentalista de conflicto armado, guionista para algunos proyectos de cortometraje y teatro, escritor.
La primera vez que vi a José Crisanto Gómez Tovar fue en una entrevista que le hicieron en un noticiero de televisión, y después en la portada en la revista Semana. La justicia colombiana lo había absuelto de rebelión, falso testimonio y el secuestro de Emmanuel, el niño que tuvo en cautiverio Clara Rojas. Con el fallo judicial restituía los derechos de José Crisanto y dejaba sentado de forma legal que él no tenía ningún vínculo con la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC. Entonces era una víctima más del conflicto armado y no un victimario.
Según el testimonio ya conocido de José Crisanto, el 11 de enero de 2005, la guerrilla de las FARC llegó a su rancho en una zona selvática de El Retorno, Guaviare, y le entregó a un bebé con meses de nacido, estaba enfermo y en estado de desnutrición. La misión era cuidarlo y luego los insurgentes regresarían por él.
Seis meses después, José Crisanto llevó al niño para recibir atención médica en el centro asistencial de El Retorno y por su grave estado es entregado en custodia del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) en San José del Guaviare. En 2007 la inteligencia militar descubrió que el niño nació en cautiverio y era el hijo de Clara Rojas, la compañera de campaña política a la presidencia de Colombia de la candidata Ingrid Betancourt, quien aspiraba a ser elegida en las elecciones del 2002. Ellas fueron secuestradas por las FARC, en la zona del Caguán, un territorio al sur del país y que fue despejado para adelantar los diálogos de paz con esa guerrilla. El secuestro se dio en febrero del año 2002 y días antes de que el gobierno de Andrés Pastrana rompiera los diálogos con las FARC. Otra frustración y otro intento que hacía el país por llegar a un acuerdo para la terminación del conflicto con este grupo insurgente. Desde entonces las mujeres permanecieron en cautiverio con otros políticos, militares, policías y tres ciudadanos de Estados Unidos.
El caso le dio la vuelta al mundo y puso en evidencia una vez más la crueldad del secuestro, como una modalidad inhumana de la guerra, países como Francia pedían la liberación inmediata y ofrecían sus servicios para mediar y lograr que los secuestrados recuperaran la libertad. Pero las Farc no iban a ceder tan fácil, en su poder los secuestrados tenían un alto valor político, y en ese momento mantenían un pulso con el gobierno del presidente Álvaro Uribe, quien no estaba de acuerdo en hacer un intercambio humanitario con presos de la guerrilla. Ninguna de las partes cedía en sus pretensiones, el ego de los insurgentes y del primer mandatario que estaban por encima del dolor ajeno; la soberbia era más importante que el drama de los secuestrados y el sufrimiento de las familias; otro episodio lamentable del conflicto armado en Colombia, que parecía no tener fin y que cada vez se estaba degradando más, como la caída de un objeto a un abismo, sin retorno y sin posibilidad de detenerlo.
Por esos hechos en los que José Crisanto terminó involucrado en el conflicto armado, señalado de colaborar con la guerrilla, estuvo cuatro años en la cárcel hasta que en 2013 recuperó la libertad. En ese año los periodistas lo asediaban para tener la exclusiva, recibía llamadas permanentes de los medios de comunicación, hasta hubo foros en televisión para explicar el fallo judicial. Fue el mismo año que lo vi por primera vez en la revista y en la televisión.
Los medios de información con la misma velocidad que lo buscaron, al mismo ritmo también lo olvidaron, con la intensidad y el rigor periodístico que lo señalaron como victimario, contrastó con la manera superficial con la cual reestablecieron su dignidad. En cambio la reparación que debían hacer a su nombre, se la dejaron a una escueta nota que hacía referencia al fallo judicial que lo exoneraba.
Resolver la situación jurídica no garantizaba su tranquilidad, era solo una solución parcial a todos sus problemas. José Crisanto sabía que al poner un pie otra vez en libertad, tendría que afrontar un asunto pendiente con los insurgentes, un dilema que podía poner en peligro su vida. Haber desobedecido la orden de llevar al niño al hospital sin avisar a un mando de la guerrilla, en este caso al salvar la vida del niño, había puesto en riesgo la de él. A José Crisanto se le advirtió que para llevar al niño a alguna parte debía tener permiso; sin embargo, había cometido un desacato, una decisión que no lo dejaba tranquilo. Así las cosas, estar en libertad no le daba ninguna seguridad de estar a salvo, como si una cadena pesada lo atara al pasado.
Luego de esos episodios ocurridos años atrás, algo increíble sucedió para José Crisanto. Se había firmado un acuerdo para terminar el conflicto con las Farc. El gobierno del presidente Juan Manuel Santos nombró al tribunal de Justicia Especial para la Paz (JEP) como parte de los acuerdos, y de esta manera hacer justicia sobre los crímenes y delitos que se cometieron durante 50 años de confrontación con esa organización armada; en este punto, era muy importante conocer cuál era la opinión o sensación que podía despertar en José Crisanto el tema de la justicia después de lo que le había ocurrido cuando el conflicto armado estaba en una etapa de alta intensidad.
Por ese motivo y solo por hacerle esa pregunta sobre la credibilidad de la justicia lo estaba buscando, hasta que lo encontré.
Un café con José Crisanto
Me dio la mano para saludarlo y me dijo venga vamos a tomar un tinto.
Nos sentamos en una cafetería central muy cerca de donde nos habíamos encontrado, le expliqué más detalles de lo que quería preguntar. Me prestó atención y se quitó los lentes.
No lo vi muy cambiado desde que le había pedido el número en la reunión de víctimas hace unos años, cuando él era el representante de la mesa municipal de Duitama.
—¿Se ha vuelto a encontrar con Emmanuel, con Clara Rojas?
Antes de responder apretó los labios como tratando de encontrar una respuesta que no tiene y también tratando de olvidar, me dijo: sí, los vi a los dos en la visita que hizo el Papa Francisco a Bogotá, estaban lejos de mí. Emmanuel ya está grande. No tengo ningún tipo de relación con ellos, además Clara fue una mujer muy cruel conmigo, me inculpó de muchas cosas que se tienen que aclarar, ella solo quería protagonismo. Este es el momento para que se sepa toda la verdad, ya que el tribunal de la Justicia Transicional (Justicia Especial para la Paz) va a empezar a funcionar, debería llamar a los comandantes y que expliquen lo que verdaderamente sucedió. Yo, en todo esto no fui más que un chivo expiatorio.
José Crisanto hace una pausa y continúa explicando.
—Voy a hacer una solicitud al tribunal (JEP) para que los comandantes de las FARC de esa época digan la verdad de lo que ocurrió con Clara Rojas, que digan la verdad, eso es lo que se necesita, aclarar todo. ¿Por qué ahora los medios no aclaran eso? En su momento escandalizaron y ya no lo hacen. Que también ellos lo aclaren. La guerra también se atiza desde la difamación, hay pocos periodistas que dicen la verdad. Son unos irresponsables, les gusta llenar páginas por llenar o cubrir espacio de noticieros solo por hacerlo. El periodismo en Colombia es un desastre, son medios amarillistas. De mí hablaron sin sustento.
En la cafetería las personas siguen hablando sin percatarse de quién es la persona que está haciendo esa fuerte denuncia, de un campesino que mostró la manera como se vive la confrontación armada en las regiones distantes, nadie lo ha reconocido, y al tema que se está desarrollando se nota no es de su interés. Los medios pueden poner de moda a alguien y de la misma manera confinarlo al olvido. José Crisanto continúa.
—La gente tiene que olvidarse de odios y rencores y hay que seguir trasegando, aferrándonos a la vida, si nos aferramos a las dificultades no se puede seguir avanzando al futuro.
—¿Cómo recibe el acuerdo al que se llegó para terminar el conflicto entre el Gobierno y las FARC y en cumplimiento de estos pactos, que ya se haya hecho el nombramiento del tribunal de la Justicia Especial para la Paz?
Y José Crisanto me contestó sin pensarlo.
—Buscar la paz a través del diálogo es el camino indicado. Nunca creíamos que las FARC iban a aceptar la negociación, de la manera más civilizada, aunque quedaron disidencias de ese grupo, todo se dio, y ahora vamos a vivir una etapa de posconflicto. Hay esperanza en un buen número de colombianos. Sobre la JEP hay una gran expectativa porque se va conocer la verdad, porque las FARC no hacían una guerra porque sí, ellos tenían una finalidad y había personas detrás de ese propósito con sus intereses, sus tentáculos llegaban hasta el Gobierno. Aunque también hay una gran expectativa por la manera que se va a impartir justicia, también la empaña lo último que ha sucedió con altos magistrados en casos de corrupción, escándalos vergonzosos que hacen perder la credibilidad en la justicia. El Estado permeado por la corrupción, y la gente no asimila esto de la mejor forma, las diferencias sociales y la corrupción que se ha vuelto un flagelo y hace daño en la sociedad.
Ya que José Crisanto también tenía dudas sobre la justicia, quería saber sobre la visión del posconflicto y le pregunté. Respondió sin tomarse su tiempo, me dijo:
—Después de afrontar 50 años de confrontación viene la reconciliación entre los colombianos y saldrá a flote la verdad de estos años de conflicto. Tendremos que saber quién alimentaba esa guerra y a quién le convenía. Murieron tantos inocentes, muchachos obligados a empuñar armas que no sabían por qué peleaban, en el Ejército, en la Policía también murieron muchos jóvenes, en la guerra había manos criminales y se convirtió en un negocio. En el posconflicto tendremos que saber toda la verdad para no volver a repetir la misma historia. Muchas personas tendrán que conocer por qué mataron a sus seres queridos y otras van a saber dónde quedaron las personas desparecidas. Con el posconflicto muchas personas van a saber qué pasó en realidad, aquí la verdad es tan importante como la justicia. Hay personas que confían que sus familiares están vivos. Esta etapa será una reparación psicosocial.
Se me ocurrió que podía averiguar qué planes tiene como víctima en esta nueva etapa de post verdad, que a decir verdad, nadie conoce muy bien y que cada cual se hace una expectativa diferente de acuerdo a su experiencia. ¿Algún proyecto para el posconflicto?, dije. Sí, dijo con seguridad José Crisanto.
—Quiero sacar una revista que hable del daño que hacen las drogas, sustancias que han sido el motor y han sostenido el conflicto, han sido el combustible para que mucha gente muera. Las drogas destruyen la sociedad. Los jóvenes tienen que saber los riesgos que corren con el consumo y las consecuencias, además de ser un problema que destruye. El micro tráfico es un daño mayor, se vende en las puertas de los colegios y los muchachos no saben lo que consumen y el daño que se hacen. Estoy buscando apoyo para lograrlo.
¿Qué heridas le dejó el conflicto armado, por qué no sanan tan fácil?, me atreví a preguntar. Aquí, en este momento, la respuesta no fue directa, se tomó un tiempo para analizar qué ha pasado en estos últimos 12 años luego de ese episodio en el que resulta involucrado en el conflicto armado. José Crisanto se toma las manos, mira hacia un lado y me responde.
—No todos los cambios son tan fructíferos a corto plazo. Me usaron de chivo expiatorio, estuve cuatro años privado de mi libertad, que no podré recuperar; estuve apartado de mi familia por ese tiempo, mi esposa consiguió otra persona. No fue fácil volver a recuperar a mis hijos, en ese tiempo tuve muchos años de esfuerzo y sacrifico. He adquirido mucha experiencia, porque he asumido el rol de papá y mamá, me he formado con mucha verraquera. El conflicto nos quitó las cosas materiales que conseguimos durante años y con tanto esfuerzo, pero no ha logrado quitarnos la vida, sigue la ilusión la esperanza de seguir luchando de poder lograr los objetivos y alcanzar cada uno de los sueños.
En esta respuesta no fue fácil mirarlo a los ojos. Vi en él su dolor que revivió en ese momento. Eso fue suficiente para entender cuáles son las heridas de guerra. Y por qué antes me había explicado las dos sociedades que conviven en Colombia. Las que miran el conflicto desde un escritorio y lo hacen viendo la televisión, y las que tiene que soportar la imposición que hace a la fuerza los grupos armados en las zonas olvidadas de nuestro país, donde no llega la justicia, ni siquiera la luz eléctrica, mucho menos la salud.
¿Me permite tomarle una fotografía?, tengo que hacerlo para ilustrar esta entrevista, dije. Sí claro, respondió mientras me alistaba para enfocarlo. ¿Se ha vuelto a ver después de muchos años qué tanto ha cambiado en su aspecto físico?, dije. Sonríe y dice: Sí, claro que he cambiado, ya no soy ese campesino ingenuo que tenía un concepto muy sacramental de la justicia, ya entiendo cuál es esa realidad social que tanto margina al pueblo.