Por | Silvio E. Avendaño C.
El lechoncito se reía de la suerte del cerdito de arcilla, recién traído de Ráquira, con una oreja desportillada, dados los estrujones del viaje, por carreteras de piel de cocodrilo. Lo miraba y se burlaba, pues no se daba cuenta que cada día la niña introducía en la ranura del lomo una moneda.
“Muy diferente es mi situación -consideraba el lechoncito mientras comía las verduras, que el hombre le traía- El cerdito de arcilla no sabe cuál es su suerte. Primero porque lo han colocado en una repisa y nunca le da el sol. Siempre quieto en ese rincón. Padece parálisis, pues está inmóvil, a no ser cuando lo levantan y le hacen refunfuñar con el sonido de las monedas. ¡Pobrecito! convertido en símbolo de la constancia, del espíritu de ahorro. Muy diferente es mi condición porque a mí me tratan como humano, puedo llevar una vida apacible, sin ningún sufrimiento. Vivo en paz y cómodo. Duermo tranquilo, me traen trigo, sorgo, maíz y, me dicen cosas que me hacen feliz.
El amo sugiere que para que yo esté cada día más mono y, para que alcance el peso ideal debo comer a horas. Sí, es verdad que a mí me aman, desde cuando me trajeron a esta casa, para que yo viva seguro, en este entorno pacífico. Soy muy distinto de ese cochino de greda cocinada, pues no crece, siempre el mismo. La chiquilla lo levanta, lo sopesa, lo hace gruñir contra el oído y, dice que para el mes de diciembre ya estará bueno.
A veces siento nostalgia de aquellos tiempos, antes de venir a este hogar sereno. Nos dejaban libres a los hermanos para que pudiéramos recorrer la pradera y nos diera el sol, para que hiciéramos ejercicio y que con el pastoreo fuéramos menos susceptibles a las enfermedades.
Recuerdo cuando era más grandecito me llevaron a la feria. Allí tuve amo que me trajo a su casa, y como soy juicioso me quieren mucho, se preocupan de que yo no vaya a aguantar hambre o que padezca de sed. Yo soy un cerdito feliz porque nunca me falta lo que necesito. Cuando me miro en el mercurio del espejo me doy cuenta que tengo un semblante envidiable. Mi piel es rosadita. Pero cuando avisto al cochino que yace en el estante, no sé qué es lo que siento viéndolo tan tranquilo. Parece que no se diera cuenta de lo que le viene pierna arriba, pues el otro día oí decir a la chiquilla: “Pronto estará llenito, para navidades le quebrará la panza”. No me explico porque está tan tranquilo. Hace unos días hablando el patrón y la niña, luego de decirme palabras muy tiernas, cuando miraron el cerdito de arcilla, me dio mucha tristeza con él, pues el señor, mientras lo acariciaba dijo: “Todo marrano tiene su nochebuena…”