Cataluña, la risa te hace libre, te pone alas

Un manifestante sujeta una estelada en una calle de Barcelona el pasado 19 de octubre. Foto| SEAN GALLUP / GETTY IMAGES
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Por: Manuel Humberto Restrepo Domínguez

No puede llamarse izquierda, al menos bajo sus originarios principios, ninguna formación política que pretenda impedir a un pueblo su libre determinación, con el argumento de defender la unidad de un territorio. Paradójicamente, en la sesión extraordinaria del 21 de octubre, el PSOE (Partido Socialista Obrero Español) señaló que, como sea, no permitirá la declaración de independencia de Cataluña, entre otras porque las empresas se irán y se perderán puestos de trabajo, olvidando que la autodeterminación es parte del patrimonio de comunistas y socialistas, como también lo es, edificar sobre la memoria de luchas y conquistas, resistencias y ansias de libertad, privilegiando el uso de herramientas de la política para defender sus posturas, antes que acudir a la estrategia de utilizar el derecho como instrumento de venganza.

No son tiempos en los que la izquierda pueda corresponder al interés de un único grupo o sector, la realidad tiene matices, no izquierdas únicas. El mundo es plural, heterogéneo, diverso, dejó de ser absoluto gracias justamente a las luchas de los pueblos, unas veces armadas, otras civiles, unas por independencia, otras por soberanía, pero todas con un común denominador de dignidad.

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El 21 de octubre, según se escucha en las calles catalanas, ha ocurrido el peor ataque a la democracia española, de la mano del Partido Popular (de Aznar y Rajoy), el mismo que un día envió tropas a invadir a oriente medio secundando la mentira de las armas destrucción masiva y que abrió el camino a las exposiciones públicas del Opus Dei, la falange y las visitas oficiales de reconocidos dictadores africanos. Del Partido Popular (PP) nada está bajo sospecha, pero desconcierta que a su lado vaya el PSOE, cuyos actos indican que adentro tiene mucho peso la base sostenida con la agenda de derecha. PP y PSOE dan muestras de que lo esencial no es la defensa de la unidad del territorio español, ni la construcción de un destino común forjado entre iguales que debaten y se respetan mutuamente, si no los negocios, las empresas, la estabilidad del capital y la defensa de su espacio mercantil en la Unión Europea, y están dispuestos a repetir el libreto de la democracia de mercado y lo harán una y más veces, contra Cataluña, el país Vasco o Andalucía, poco importa cómo, cuándo o contra quien.

Ya señalaba Marx, -de cuyas señas abomina la llamada izquierda anticesesionista y que quisieran eliminar el PP y Ciudadanos-, que “La gran industria ha ligado los unos a los otros (…) unido en un solo mercado mundial todos los pequeños mercados, ha preparado por doquier el terreno para la civilización y el progreso y ha hecho las cosas de tal manera que todo lo que se realiza en los países civilizados debe necesariamente repercutir en todos los demás, por tanto, si los obreros de Inglaterra o de Francia se liberan ahora, ello debe suscitar revoluciones en todos los demás países, revoluciones que tarde o temprano culminaran también allí en la liberación de los obreros”. Para la derecha sin principios, la izquierda sin obreros y la monarquía sin sentido en democracia, el temor es justamente ese: que Cataluña que se siente mal sumada, metida a la fuerza en una red de la que quiere escapar tratando de alcanzar su libertad e independencia, extienda su conquista a otras naciones europeas, como ocurre ahora en medio de una confluencia de pequeñas burguesías, desempleados, trabajadores o jóvenes, que movilizados por miles y miles, inundan las calles en resistencia de manera consciente, informada y critica coincidiendo en querer vivir de otra manera, libres de ataduras y amenazas. Se puede ver que las calles no están tomadas por burócratas, independistas de oficio o resentidos contra el rey o las tradiciones, es un pueblo en rebeldía que ni esta polarizado, ni levantado por capricho, y no alcanzarán las cárceles prometidas, ni las interpretaciones vacías de principios democráticos para desmoralizar, que anuncian sin pudor los anti demócratas que hablan en nombre de la democracia.

El estado democrático, configurado en 1978, ha muerto, según sentencia la realidad. Las voces del rey, del Presidente del gobierno y de la izquierda del PSOE, hablan con la misma voz, acorazados entre interpretaciones jurídicas y amenazas de cárcel, destitución y persecución a todo proyecto federalista o de independencia. Las imágenes, que llegan de Cataluña, muestran a cientos de miles de personas en las calles, gritando libertad y reclamando independencia, es evidente que no son unos pocos despistados, rebeldes sin causa o espontáneos en busca de titulares de prensa. Es un pueblo, una nación reclamando independencia. Cataluña toda y Barcelona en particular, han sido presentados como tierra de libertad, modernidad, imaginación, multiculturalidad, artes, letras, arquitectura, es la ciudad gótica que el mundo aprendió a conocer, visitar y querer.

No coinciden los ecos de la izquierda anunciando que no había nada más respetable que la decisión soberana de un pueblo, a propósito de la separación de cada una de las repúblicas socialistas soviéticas, y en la misma dirección la del imaginario de decenas de obeliscos para recordar las gestas de libertad, con la de hoy negando para los suyos esa misma libertad proclamada para otros. ¿Acaso les asusta perder un electorado, poner en retirada a los financistas globales o chocar con la casa real? ¿Ya no soportan el espíritu libre o más grave aún la dignidad de un pueblo? Ninguna izquierda puede olvidar que la mayor violación de derechos humanos que se pueda provocar hoy, es impedirle a un pueblo que realice su dignidad. El triunfo de la igualdad burguesa ante la ley y el reconocimiento legislativo de la libre competencia parece unir intereses para impedir el reclamo de independencia y renovar el saludo de ¡larga vida al rey!

El 21 de octubre, por lo que se ve en los medios, parece romper no la unidad, sino más bien revelar la homogeneidad impuesta para salir del franquismo, pero que a falta de continuidad y preocupación para hacer realidad la plurinacionalidad y la diferencia sucumbió a la comodidad de la derecha para sobreponer una lengua, un destino y gobiernos de mayorías aplastando minorías. Por fortuna la España de hoy, no es la misma de la que salieron los invasores que inundaron a América de crueldad y avaricia, esa es una razón suficiente para creer que el espíritu de la independencia no será manchado con la sangre del pueblo catalán en rebeldía.

 

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