Por | Silvio E. Avendaño C.
No se necesitaron las firmas para ir a Moscú. Tampoco tendremos problemas con los revendedores de boletas porque los partidos los vamos a ver por T.V. Aunque, a decir verdad, si la selección se hubiera eliminado no tendría brillo el mundial y no pujaríamos para que nazca la gritería del gol.
Se necesitó el último partido y, estuvo de buenas el entrenador, porque de otra forma ya estaría paticas en la calle, dado que los espectadores y los comentaristas son los que saben de fútbol. Y es que es muy difícil armar el onceno nacional para que prime lo colectivo y que de la suma de estrellitas resulte el sol; que no sean once jugadores sino uno. Y en el fútbol vale todo: patada, cuerpo, zancadilla, codazo, mordisco, empujón, compra de partidos, gol con la mano, soborno a los árbitros, compra de sedes.
Importa el éxito, hay que ganar sea como sea. Así que el partido no es más que partir al otro porque para eso es el juego. Y al fútbol le sirve la guerra con sus expresiones: “tiro”, “objetivo”, “artillería”, “misil”, “cerrarle el paso”, “carga”, “embestida”, “aplanadora”, “trincheras” “destructor”, “tanque”, “enemigo”, “zona de candela”, “eliminar”.
Los preparadores físicos son torturadores, hay que sacarles la leche a los convocados como a los reclutas, para que “suden la camiseta”. Los entrenadores planifican el partido como lo hacen los generales para la guerra. Los telespectadores se desahogan anímicamente y con las emociones quieren destruir al otro, de ahí las barras bravas que encienden la camiseta.
En el fútbol de la política, en el campo de matanza, después del vértigo de la hecatombe –cuenta Carlos Arturo Torres, en Idola fori- un médico le preguntó a uno de los heridos, qué indiscutible santidad de causa le había impuesto el abandono del hogar a la miseria, la matanza de sus conciudadanos y la ofrenda de su propia vida. “La defensa de los principios de mi partido”, dijo el moribundo. Y, ¿podrá decirme en qué consisten? interrogó el cirujano. Quedose el interrogado tal como si por primera vez confrontase su inteligencia con semejante cuestión, y luego dijo embarazada y amargamente. “En verdad no lo sé y nunca había pensado en ello”.
El fútbol de la política inflama la imaginación en el dogmatismo con la supuesta participación de los ciudadanos en la vida pública. Y en el fútbol de la política vale todo: zancadilla, amenazas, codazo, posverdad, mordisco, empujón, calumnia, compra de votos. Para la persuasión se recurre a los sondeos y una vez obtenido un sondeo favorable crece el crédito del “caudillo”, “jefe natural”, el “líder”. Y, aunque, la Constitución diga que “los partidos políticos se organizarán democráticamente y tendrán principios rectores como la transparencia, objetividad, moralidad, la equidad de género y el deber de divulgar sus programas como partidos”, no hay partidos ni programas ya que todos se dedican por su lado a conseguir firmas para alcanzar el umbral requerido. Cada uno va por el enriquecimiento personal y, quienes contribuyen con el dinero para la campaña, esperan la licitación, la mermelada.