
La película ¿Quién quemó el bus?, estrenada por RTVC el 30 de noviembre, es sin duda un impecable testimonio de verdad y justicia, para incluir en el repertorio del cine por los derechos humanos con argentina 1985 y la conspiración del silencio, en las que la conciencia de jóvenes desde el derecho y el cine le muestran al mundo las realidades ocultas de la barbarie diseñada para ser invisible ¿Quién quemó el bus?, pone en evidencia cómo la justicia puede convertirse en un campo de disputa entre verdad, poder y memoria, mostrando que más allá de un hecho puntual como el incendio de un bus en el estallido de 2021 está en juego la legitimidad de las instituciones y la voz de la ciudadanía.
Karo y Jonathan, dos jóvenes de esta época, registraron las protestas con sus celulares en una acción de comunicación informativa alternativa, que en la práctica es censurada por la voz de la juez y los mandatos del entonces fiscal general, quien aparece en la primera escena y que desde entonces ya presumía, con arrogancia, ser el candidato presidencial de ultraderecha y los jóvenes eran parte de su relato de más poder, justamente para demostrar a la justicia (su justicia) como su escenario central.
El testimonio audiovisual de la película queda transformado en un archivo incómodo para el poder. Los jóvenes mostraban en directo y ahora queda para siempre, lo que los grandes medios, empeñados en ahondar prejuicios, rabias y condenas contra el derecho a la protesta no querían y se negaban a mostrar como represión policial, ollas comunitarias y cantos de resistencia de un pueblo cansado de negaciones, levantado por derechos y vida con dignidad, que le dieron cuerpo al estallido social.
La justicia allí no ocupó un espacio neutral, sino que sirvió de instrumento de criminalización, para enjuiciar y escarmentar a los protagonistas, quienes están acusados de terrorismo y atrapados en procesos judiciales absurdos, como igual lo están todavía 320 jóvenes, que revelan cómo el aparato legal frente los hechos del estallido social fueron usados para silenciar las voces de los jóvenes. “¿Quién quemó el bus?” antes que intentar identificar culpables interpela éticamente sobre ¿qué significa buscar justicia en un contexto donde la verdad está fragmentada y manipulada?
La película muestra cómo todos vieron el fuego, pero nadie vio la verdad, que con claridad una mujer señala identificando el nombre y la placa de un uniformado que entra al bus y lo incendia en mitad de una calle sin presencia de manifestantes, pero totalmente custodiada por agentes del Smad. Las imágenes son contundentes y dejan en evidencia que los jóvenes estaban lejos de la escena y recibían el reclamo de otro uniformado que les decía ¿No van a grabar el bus que se está incendiando?
A través de las imágenes la justicia se vuelve testimonio, la conciencia de Lorena la joven abogada, de Tatiana la especialista en la técnica judicial y de los productores la verdad se toma el lugar de la voz silenciada de los protagonistas, como única defensa irrefutable en el presente inmediato frente al sistema judicial interpelado. La cámara y el compromiso de la joven defensora y el equipo de trabajo en sí mismos son un acto de resistencia que transforma el registro audiovisual en prueba y en memoria vinculada con el derecho a narrar y a ser escuchado. Ese testimonio, desnuda la crueldad con la que actuó el gobierno del presidente Duque y el apoyo de los grandes medios para distraer la atención con verdades a medias, tergiversaciones, narrativas y replica sesgada de los informes oficiales y del papel protagónico de la fiscalía de entonces para convencer al país que la más grande protesta social de este siglo era apenas un asunto menor, causado por una minoría de jóvenes terroristas, a cuya sombra un alto número fue asesinado, al menos 80 fueron mutilados en sus ojos, se probaron armas prohibidas y más de 350 jóvenes fueron judicializados, sin más pruebas que los testimonios sin bases materiales de agentes del Estado, testigos anónimos y la amenaza de usar el derecho penal como arma de guerra.
La cámara en este documento grafico pone al descubierto los abusos contra el derecho a la protesta para que no queden ni invisibles, ni en impunidad y subraya que la justicia no está solo en los tribunales, sino también en la posibilidad de que las víctimas y testigos construyan memoria pública. La película revela que la justicia, según como se ejerza, puede ser garante de derechos o mecanismo de represión y aboga por que en la sociedad colombiana esta sea un puente hacia la reconciliación y la verdad y abandone su lugar politizado de campo de batalla simbólico, donde se decide quién tiene derecho a hablar y quién es silenciado. ¿Quién quemó el bus? Es un buen regalo para la conciencia.












