Tunja conciencia crítica y refugio de calma

Foto | Hisrael Garzonroa
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Por | Manuel Humberto Restrepo Domínguez

Tunja de repente oyó un estruendo y sirenas y con miedo corrió la voz de que algo insólito había ocurrido, era una bomba, o un carro cargado de bombas, daba igual, fuera cuento o no, el miedo empezaba a desplazarse con el humo y la gente a pensar en la seguridad, que “venden” quienes saben el valor mental y letal de las bombas. ¿Quién quiere meterle miedo al cuerpo de la ciudad tranquila, critica y universitaria, para ofrecerle seguridad a cambio de votos, negocios de guerra o libertades?

      Tunja es una ciudad tranquila, la capital con menos violencia del país, con menos de 6 muertes por cada 100.000 habitantes ante un promedio nacional por encima de 20. La ocurrencia mayoritaria es de delitos menores (hurtos, conflictos de convivencia, infracciones de tránsito), aunque se acusa un alto número de casos de violencia intrafamiliar y estigmatización a grupos diversos.

      Su conflictividad es política, no criminal, su fuerza es simbólica, no armada. La ciudad ha demostrado que el disenso no destruye la paz, sino que la mantiene viva y se soporta en la crítica y la deliberación pública. Tunja es buen lugar de estudio y trabajo, una ciudad de pausa, que la gente sabe valorar porque le da sentido a la vida tranquila, quizá como resultado de ser una ciudad universitaria consciente, donde la educación y la protesta son formas complementarias de construir democracia.

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      La consolidación de universidades como la Pedagógica y Tecnológica de Colombia (UPTC) con raíces en 1827, Santo Tomás, Juan de Castellanos, de Boyacá, UNAD, ESAP y otras instituciones de carácter técnico y normalista, han hecho de Tunja una casa de estudios para más de 60.000 jóvenes estudiantes, no menos de 5.000 docentes y al menos 1.000 investigadores en todas las escalas y niveles. Se calcula que cerca del 40 % de su población total está vinculada de algún modo a la educación superior y la vida intelectual y la presencia estudiantil en buena parte determinan el ritmo cultural, el mercado del alquiler, transporte, la vitalidad de cafés, librerías, teatros, música, danzas y espacios públicos.

     La riqueza de su diversidad humana ha sido la base para que sea reconocida por su patrimonio histórico, su vida intelectual, cultural y una larga tradición de protesta y pensamiento propio. En 1979 desde adentro de la catedral denunció la desaparición de un estudiante, en 1982 monseñor Augusto Trujillo dio la bendición a cientos de estudiantes que marcharon en el movimiento de las Malvinas, en 2011, 2018, 2021, volvieron a marchar los estudiantes, en 2013 la ciudad entera salió a las calles cacerola en mano en respaldo al movimiento campesino y muchas veces más ha reclamado sus derechos y rechazado la violencia. En paralelo a su conciencia ha avanzado en su desconexión con los poderes hegemónicos y no se dejó ahogar por el miedo y las violencias que se han consumido al país, aunque no ha estado exenta de hechos dolorosos como la muerte de estudiantes (Herrera, Molina, Fagua, Galvis), asesinatos con la “seguridad” de los falsos positivos y planes de limpieza social.

      Tunja siempre se ha resistido a dejarse involucrar en el conflicto armado y ha sabido mantener viva una tradición de conciencia crítica, ser símbolo de la educación como forma de emancipación y rechazo a los fascismos, y ser un espacio donde la protesta no es caos sino expresión del pensamiento. Sabe convivir tranquila hasta el silencio, no es una urbe de vértigo ni de ruido, si no reflexión y vida pausada, una conjunción entre conocimiento, juventud y sosiego. Los estudiantes son un activo ético, estético, político, social, cultural, nunca han sido una cifra militar para formar ejércitos, ni defensores de la guerra o la barbarie. Tunja es, una ciudad que con sus muros, aulas y paciencia en sus calles enseña el valor de la paz, los derechos y la vida tranquila. Es una ciudad donde la juventud y la calma no se oponen, se fecundan. Tunja sigue recordándole al país que la educación, la protesta y la vida serena pueden convivir como pilares de una sociedad más justa y consciente y que quienes quieren sembrar miedo, jamás cosecharán aquí la seguridad que le esperan vender metiéndole miedo.

      Sí Tunja es así, entonces de dónde, cómo, y porqué el 8 de noviembre amaneció en redes sociales la fotografía de una volqueta “sospechosa”, en cuyo platón se veía arena y tubos y horas o minutos después la fotografía era del humo blanco de una aparente explosión que se dijo controlada y enseguida aparecieron unas paredes a media destrucción. ¿Quién dio la orden? Lo evidente es que quieren “vender” pánico, repartir miedo y como dice un slogan: nos quieren meter miedo, para vendernos seguridad y que la paguemos con libertad. La conciencia de Tunja no da para amedrentarse, ni para salir a comprar seguridad, ni a romper la confianza de su tejido humano. Tunja hoy es una sola voz, una sola inteligencia, que rechaza toda violencia, es nuestra Tunja, en parte a ella nos debemos. Tunja altiva, serena, critica, tiene la capacidad para no perder la esperanza, ni la paciencia.

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