
El grito de ¡¡¡Palestina libre!!, ¡¡Israel genocida!!, crece en las calles, pero los jefes de estado y gobiernos de las democracias neoliberales se niegan a escucharlo. Es claro que los opresores son los enemigos, no los judíos, menos aquellos que padecieron la brutalidad nazi, que les marcó con estrellas su pecho, puso brazaletes en sus brazos y números en sus cuerpos, los encerró en ghetos con alambradas y cínicos letreros de “zona residencial de judíos”, los trató de ratas y cerdos, sin agua, ni comida hasta enfermar, morir o ser trasladados en trenes a los campos de trabajo y de exterminio, de los que nunca regresarían, salvo los pocos que lograron escapar. El final del primer holocausto, como genocidio de la Alemania nazi, contra el pueblo judío, fue planeado en la conferencia de Wannese en 1942, por los más selectos nazis que coordinaron la implementación de la “solución final”.
El segundo holocausto, parece responder al plan trazado por el gabinete de guerra reunido en la conferencia de octubre de 2023, realizada en el despacho del primer ministro de Israel en Jerusalén liderada por Nethanyahu, que discutió las estrategias de la ofensiva de eliminación y destrucción del pueblo palestino. La deshumanización, inició con frases como que los palestinos son animales del rabino Meir Mazuz, que se opuso a aprobar cualquier ayuda humanitaria y el ministro de defensa Yoav Gallant afirmando que Israel estaba luchando contra animales. Los dos genocidios tienen en común prácticas atroces, inimaginables, despiadadas. El primero es contado por miles de archivos, museos y memoriales para hacer que la memoria impida que el horror se repita contra judíos o contra cualquier otro pueblo. El segundo holocausto ocurre en el presente, es visto en directo por el mundo entero, día a día y es ejecutado por judíos del Israel sionista, que ni son todos, ni nunca lo serán.
Los hechos definen delitos internacionales de lesa humanidad y crímenes de guerra, establecidos así por el estatuto de roma, sus hostilidades no distinguen ni respetan civiles, ni hay proporcionalidad de su fuerza, bajo ningún enfoque caben en el marco de protección del antisemitismo. Son genocidas del siglo XXI, que debía ser el tiempo de los derechos, no acatan derecho, norma, ley, clamor o ética. Dejan claro que su poder y capacidad de daño no necesita pretextos para perseguir a la gente palestina, a esa sí toda, causarle dolor y sufrimiento, marcarlos, enumerarlos, torturarlos, forzarlos a desplazarse y asesinarlos de todas las maneras más brutales posibles, desde el vientre hasta el último suspiro.
Adelantan su plan de exterminio monitoreado por altos mandos del sionismo, para quienes “sus miedos dominan sus mentes y sus conciencias” (film: valle de lobos: palestina), en el fondo saben que toda arrogancia de poder y de crueldad tiene final, aunque se sientan invencibles para extenderse a otros territorios en su propósito criminal -como lo hace el cáncer en el cuerpo del líder-. Han empezado a creer que su enemigo ya no solo es el pueblo palestino, sino que todo el mundo que no sea judío es su enemigo y que adentro también hay enemigos. El mundo ve lo que pasa en Gaza, la destrucción total de ciudades, casas, universidades, hospitales muerte encima y debajo del suelo, torturas en las cárceles donde antes de iniciar la “solución final” ya había 10.200 presos palestinos, 400 de ellos niños y 37 mujeres, sin juicio, nada se sabe, nadie da razón ( BBC Mundo; el país), como tampoco nadie con un solamente un poco de razón y sentido de humanidad, podrá negar que allí no hay una guerra si no un genocidio, ni podrá decir que siquiera uno solo de los más 30.000 niños asesinados estaba armado, en resistencia o intifada con piedras disparándole a los tanques.
Los genocidas desaparecieron todo derecho de sus declarados enemigos palestinos que hace 80 años los recibieran en su suelo derrotados por el mismo horror nazi que los sionistas hoy replican contra ellos, con más tecnologías y con la complacencia del silencio de las mismas “democracias” del norte, que le enseñaron al mundo a hablar de derechos, leyes justas, tolerancia y respeto y que aliadas derrotaron a los nazis y promulgaron la declaración universal de derechos humanos para todos los humanos y escribieron los convenios de ginebra para impedir el sufrimiento provocado por la barbarie. No levantan su voz, calculan y negocian, no les importa el valor de la vida de la gente palestina del campo de concentración llamado Gaza, hacia donde miran los billonarios para invertir.
Nadie se escapa de haber visto el horror compuesto de escombros, miseria, huesos esparcidos junto a cráneos, manos, piernas y trozos de bebes, que no le hielan la sangre a los victimarios, si no que los impulsa. Quizá por eso, el mismo día que los responsables de este segundo holocausto sean juzgados y condenados al desprecio universal, también los demás humanos del planeta seamos llamados a responder -ante un figurado tribunal de conciencia universal- por haber dejado solos a quienes representaban a la humanidad. Talvez sea el dolor el que nos haga recordar la humanidad perdida, porque, en todo caso, la conciencia nunca está del lado de la crueldad, como tampoco la esperanza sola resulta suficiente para impedir la masacre diaria, que ojalá pronto le ceda el paso a la razón humana y la próxima generación sepa lo ocurrido contado en similitud al relato del niño Alex de “la isla de Bird Street” (Krag Jacobson, 1997) o de “el pianista” o del “Soah”, y se pueda entender el horror de lo ocurrido, esta vez ejecutado por ascendientes de las víctimas del primer holocausto.