Paz y reconciliación entre el ser humano y la naturaleza

Foto | isaiah vanderford / Unsplash
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Por | Jhonathan Leonel Sánchez Becerra / Historiador con énfasis en Patrimonio y Museología

“No heredamos la tierra de nuestros padres, la tomamos prestada de nuestros hijos.”
Proverbio navajo

En un mundo caracterizado por la globalización, los conflictos sociales, las crisis climáticas y el deterioro acelerado del entorno natural, la cultura de paz no puede limitarse únicamente a las relaciones humanas. Hoy más que nunca, se impone la necesidad de ampliar ese concepto para incluir un vínculo vital y a menudo ignorado: la paz entre el ser humano y la naturaleza.

Patrimonio natural y legislación 

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El patrimonio natural, de acuerdo con la Constitución Política de Colombia y la legislación vigente, se entiende como el conjunto de bienes, recursos y elementos del medio ambiente que pertenecen a la Nación y que tienen un valor ecológico, paisajístico, científico y cultural. La Constitución, en su artículo 8°, establece la obligación del Estado y de las personas de proteger las riquezas naturales y culturales de la Nación, y el artículo 79 reconoce el derecho de todas las personas a gozar de un ambiente sano, así como el deber de protegerlo. Este patrimonio incluye ecosistemas, especies de flora y fauna, áreas protegidas, cuerpos de agua, suelos, y demás recursos naturales que deben ser conservados y manejados de forma sostenible para garantizar su preservación y disfrute por parte de las presentes y futuras generaciones. La Ley 99 de 1993, entre otras normas, refuerza este mandato al establecer principios y herramientas para la protección del medio ambiente y la gestión del patrimonio natural como bien de interés público.

 La paz como principio integrador

Hablar de cultura de paz es hablar de respeto y convivencia armónica. Tradicionalmente, este concepto ha estado enfocado en la superación de la violencia, la resolución pacífica de los conflictos y la promoción de los derechos humanos. Al observar la manera en que el ser humano ha explotado sin tregua los recursos naturales, agotado ecosistemas, contaminado océanos y alterado el equilibrio climático, entonces surge una reflexión inevitable: ¿puede haber paz auténtica mientras sigamos en guerra con la tierra?

El medio ambiente como víctima silenciosa

Durante siglos, el “desarrollo” humano, basado en una lógica económica extractivista, ha domado la naturaleza, ha alterado su composición genética y el equilibrio biológico, ha ido reemplazando lo natural por lo artificial, separando al hombre de la naturaleza. Esta mentalidad ha convertido los prados en asfalto, los ríos de aguas limpias en vertederos de aguas contaminadas, los frutos frescos del campo en comida industrialmente enlatada; los bosques en mercancía y a los animales en productos de consumo masivo (hoy en día, existen galpones que producen pollos para el consumo en 42 días). La naturaleza ha dejado de ser aliada de la alimentación y la supervivencia para ser convertida en víctima de la sobre explotación y el consumismo.

Las consecuencias de esta ruptura son evidentes: cambio climático, escasez de agua, desnutrición, pérdida de biodiversidad y la generación de condiciones de vida insalubres. No es casualidad que las regiones más golpeadas por las crisis ambientales sean también las más vulnerables social y económicamente. La violencia contra la tierra es también una forma de violencia estructural contra los pueblos que dependen de ella, un atentado contra la seguridad alimentaria con la imposición, por ejemplo, de la semilla certificada y los altos costos de los insumos agrícolas. La libertad de un pueblo está relacionada con la capacidad de producir sus propios alimentos.

Como lo pretendía la Resolución 970 de 2010, afortunadamente derogada por la Resolución 3168 de 2015.

La educación para la vida

Recuperar la paz con la naturaleza es una cuestión ética, una necesidad urgente para garantizar la vida. Es fundamental evitar que la frontera agrícola invada los páramos y que la ganadería extensiva siga deforestando los bosques e invadiendo las reservas naturales. Esto implica la transformación de nuestros modelos de consumo y, por ende, de los modelos de producción, pero también de nuestra forma de pensar y relacionarnos con el entorno. Debemos dejar de ver a la naturaleza como un recurso infinito e inagotable, y comenzar a verla como un sujeto de derechos, respetarla como el medio esencial en el que se desarrolla la vida en el planeta.

La educación ambiental, la agroecología, el reciclaje, las energías renovables, los derechos de la naturaleza y la justicia climática son algunos de los pilares que deben sostener el enfoque de una cultura de paz ampliada. Una cultura donde el respeto al ser humano comprenda y se extienda a todas las formas de vida, promoviendo el equilibrio.

Cada acción cuenta en esta reconciliación pendiente. Desde el consumo responsable hasta la participación activa en movimientos ecologistas, cada uno de nosotros tenemos el poder de contribuir a este pacto de paz con el planeta y exigir la voluntad política y la creación de marcos legales que promuevan el desarrollo sostenible.

En conclusión

La paz es también la armonía entre el ser humano y su ecosistema. Nuestra cultura, de la que tanto nos preciamos, debe abrazar la causa ambiental como el eje indispensable de la vida en equilibrio con la naturaleza, siguiendo los objetivos del desarrollo sostenible de la Agenda 2030 propuesta por la ONU en 2015. Solo así podremos hablar verdaderamente de civilización, de vida inteligente en el planeta tierra, es decir, en nuestro hogar, el único que tenemos.

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