Por | Manuel Humberto Restrepo Domínguez
La tarea no ha sido fácil, ni en solitario, cada conquista ha sumado para edificar el edificio de los derechos y configurar un marco de relación de igualdades y diferencias, que marcarán todas las prácticas sociales de este siglo XXI
De las luchas históricas y sociales asociadas al derecho al trabajo ha emergido la idea contemporánea de dignidad y en ese ámbito el 8 de marzo de 2021, llega en medio de adversidades, cansancio, depresiones y carencias sin respuestas, que exponen la vida desnuda, sin nada, para cientos de millones de mujeres y de hombres del planeta, saqueados por la magia mafiosa del capital y sus depredadores inversionistas globales, que trazan el camino de la vida y la economía entre desigualdades, sin pérdidas para los poderosos y humillaciones para los demás.
Para muchas otras mujeres, sus exposiciones, vivir el encierro de la vida entre pantallas que ocurre con sobrecargas y nuevos roles que antes se llevaban a medias, la vida privada y la intimidad de la casa son llevadas a la esfera pública de la reunión, el foro silencioso de letras del alfabeto sin rostro, para cumplir obligaciones laborales y dar batallas cotidianas y políticas contra la fuerza, la guerra, la intimidación, las imposiciones y los maltratos, especialmente allí donde las violencias siguen siendo la esencia del derecho o se mantienen como principio amenazador.
El 8 de marzo es el resultado de luchas con carácter histórico y social en defensa del reconocimiento de las mujeres como seres humanos. La fecha de conmemoración logró ocupar un espacio en la sociedad a través de las mujeres trabajadoras, apenas reconocidas en el siglo XVIII, aunque todavía hoy quedan cientos de millones, sin reconocimiento alguno, a causa de los sistemas del capital, religiones y fascismos, que impiden, niegan o desconocen el sentido de la dignidad humana como base de toda relación y diferencia con otras especies.
El 8 de marzo, tiene en su identidad los resultados de las grandes movilizaciones en defensa de la vida, contra el hambre, contra la guerra y por la reivindicación de derechos. Sin embargo, en muchos lugares aún las libertades son restringidas y las conductas de la mujer sometidas a juicio y escarnio de pequeños grupos llamados a actuar como victimarias. Las mujeres han atravesado, a costa de incansables luchas, el estrecho y brutal marco de relaciones de subordinación a la vida conyugal y la formación de damas, sin oportunidades de acceso a educación de pensamiento universal y calidad, salud o bienestar, para dejar de ser solo esposas, madres y apéndices de los hombres y dejar de servir ciegamente a la autoridad del varón.
La tarea no ha sido fácil, ni en solitario, cada conquista ha sumado para edificar el edificio de los derechos y configurar un marco de relación de igualdades y diferencias, que marcarán todas las prácticas sociales de este siglo XXI y serán los grandes retos con contenido ético, político y humanístico, para las ciencias y las humanidades, más allá de la tecnología de punta o la llegada a otros planetas. En múltiples países ese marco parece acabado y plenamente definido, pero en otras, en las que persiste la guerra y la barbarie, y en las que la vida está a merced de los poderosos, apenas se empiezan a vislumbrar oportunidades de luchas que no cesarán hasta conquistar lo que falta por el respeto y reconocimiento a las identidades de género, étnicas y sociales.
En muchos lugares, en los que la democracia es una caricatura a merced de modos de poder autoritarios, mafiosos y fascistas, se castiga con sevicia y humillación a las mujeres valiéndose de leyes arcaicas que condenan las libertades de sus cuerpos, ejemplifican con penas de odio a mujeres inermes por interrumpir un embarazo, vivir un adulterio o simplemente negarse a los caprichos machistas de los hombres. Algunos sistemas de justicia tienen todavía estructuras y parafernalias medievales, incapaces de entender la época, el mundo y sus actuaciones son intimidatorios contra los más débiles y no atienden el horror que provocan los racismos, discriminaciones y violencias de género que se manifiestan sistemáticamente con el ímpetu y la brutalidad de conquistadores y colonialistas.
El 8 de marzo y en especial este de 2021, aunque padezca una pérdida global de libertades a causa de la pandemia de la covid19, útil a los autoritarismos para controlar la vida, es un día para no olvidar que patriarcalismo, neocolonialismo y capitalismo se escriben con la misma terminación ideológica de irrespeto a la dignidad humana, ejercida sobre las cuatro quintas partes de la población del mundo.
El 8 de marzo es un día para hacer memoria, reconducir la unidad de las luchas pendientes y para renovar las agendas organizativas orientadas a que ni la mujer ni ningún ser humano sea maltratado, destruido, ni violentado en su dignidad y derechos y libres de manipulaciones, seguir sumando para derribar los muros que impiden la emancipación y que convierten todo en mercancía.
Que este 8 de marzo contribuya a convocar la implementación de los acuerdos de paz, respetar la verdad en construcción y adelantar la justicia de transición, como bases para instalar en todas las instituciones y sistemas sociales, el eje trasversal de las diferencias y diversidades, que permita vivir juntos iguales y diferentes, libres de fascismos, exclusiones, machismos y déficit democráticos.