30 años de la firma de los acuerdos de paz, un Occidente con más futuro que pasado

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Sepultar la violencia y la cultura de la ilegalidad son los mayores logros de los acuerdos de paz. Sobre el horror surgieron nuevos liderazgos y referentes éticos que transformaron el territorio. Ahora el desafío es el desarrollo y bienestar.

Por | Jacinto Pineda Jiménez, Docente de la Escuela Superior de Administración Pública ESAP

Nunca el apretón de manos de los lideres del conflicto fue tan fuerte como el abrazo de los habitantes del Occidente de Boyacá una vez sellada la firma de los acuerdos de paz en el occidente de Boyacá, hace ya treinta cinco años y que puso fin a años de una guerra fratricida.  La Miocá, quebrada ubicada en el municipio de San Pablo de Borbur, fue símbolo de los muros ignominiosos que construyó el conflicto, separando pueblos hermanos y que según cifras de los propios protagonistas causó la muerte de más de 3.500 personas, entre el año 1.984 a 1.990.

Quedarán para los análisis académicos y de especialistas el sentido del pacto, si constituye un proceso de paz o simplemente fue un acuerdo de no agresión que dejó intacta las condiciones que generaron el conflicto. Quizás fue un “tapo remacho y no juego más”, que generó una reacomodación de los actores en la cadena productiva de la esmeralda, pero lo que también es cierto es que partió la historia de los municipios de la zona esmeraldífera del Occidente de Boyacá. Aquí brevemente me refiero a tres aspectos relevantes del proceso de paz y sus consecuencias. El primero es la reducción drástica de la violencia, el segundo la situación social y la inserción en procesos productivos, y un cambio cultural, que ha alimentado nuevos horizontes.

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Reducción de homicidios

De acuerdo con las estadísticas de la Policía Nacional, en el año de 1.989 se registraron en el occidente de Boyacá 439 homicidios (incluyendo Chiquinquirá), 35 años después, 2024 se presentaron 9 homicidios, según Medicina Legal. Municipios cómo Muzo y Pauna, durante el año anterior no registraron homicidios, en 1.989 habían presentado 109 y 39, respectivamente. Muzo es un ejemplo de resiliencia, según las retroproyecciones del DANE, el municipio para 1.989 contaba con 12.231 habitantes, es decir presentaba una tasa de 891,18 homicidios por cada cien mil habitantes. En 1989 Medellín, la capital más violenta del país alcanzó a 381 homicidios por cada cien mil habitantes, nada comparable, para magnificar la dimensión del fenómeno de la violencia en la zona esmeraldífera. La reducción de los homicidios en estas proporciones es uno de los mayores logros del proceso de paz y otros factores.

La deuda social y económica

Pero si la paz corre, en términos de muertes, el desarrollo social trae un lento andar. Como lo muestra la figura uno, las necesidades básicas insatisfechas (NBI) de los municipios de la región continúan siendo altas con relación al promedio departamental.  De otra parte, evidencia que los municipios más afectados con NBI altos son aquellos donde se encuentran los yacimientos de esmeraldas: Quípama y Maripí. Aunque paradójico es solo el reflejo de esfuerzos institucionales, económicos y sociales por generar desarrollo. Buenavista, Coper y Briceño, otrora afectados por la violencia verde hoy son fuente de oportunidades y de alternativas económicas.

Ahora, en la medida que la actividad esmeraldífera ha perdido importancia, dado el proceso empresarial y técnico en su explotación, sectores económicos como la agricultura, la ganadería, el turismo y otras vienen tomando fuerza. La población que continúa en las zonas mineras ejerciendo la minería de manera informal e ilegal, en algunas ocasiones, constituyen el mayor desafío para el Estado y las empresas mineras; es urgente ofrecer alternativas. Lo claro es que no volverán los tiempos de grandes masas de población guaquera, eso cambia radicalmente el horizonte de la región.

De acuerdo con el valor agregado municipal per cápita, 2018 – 2022, es de 16.406.985 pesos para el Occidente de Boyacá, es decir la octava, dentro de las quince provincias (Contando Puerto Boyacá y Cubará). El per cápita es inferior al promedio departamental y nacional, pero muestra signos de crecimiento. Es urgente la inversión en infraestructura y generar las condiciones que inserten la región a las economías nacionales e internacionales. En conclusión, no es la actividad esmeraldífera la que jalonará la economía, pero si la región debe recibir una mayor contraprestación que se traduzca en bienestar.

Una cultura, una ética

Pero quizás el mayor avance en estos 35 años lo constituye el cambio cultural que se refleja en una nueva estética y ética, de donde surgen cosmovisiones y horizontes que rompen con las viejas practicas surgidas en las relaciones violentas de la actividad esmeralldífera. El uso de la fuerza para resolver los conflictos pierde fuerza; el “enguacarse en la mina” ya no es el objetivo de la búsqueda del bienestar; el “patrón” hoy no es el ejemplo por seguir, nuevos liderazgos surgen que forjan una ética del trabajo y de la legalidad; el paisaje minero, con la ostentación y el lujo, ceden al respeto en las formas. Hoy estudiar paga, las universidades llegaron al occidente de Boyacá y pese a sus limitaciones hay un Estado que genera bienestar y confianza. No hablo de un paraíso, pero si de un territorio que ve en su futuro oportunidades.

Son 35 años, una lucha por ser diferente, una búsqueda que merece toda la atención del Estado. Este espacio es ejemplo para esta Colombia Violenta, aquí hay caminos que debe andar el país. Es claro que los conflictos existentes no amenazan la paz de la región, estos se reducen a los actores de la actividad esmeraldífera, en verdad hoy las guerras verdes son un mal recuerdo.

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